por Carlos Alberto Montaner
Cuba es viable. Aunque a renglón seguido debemos reconocer, humildemente, que tal vez todos nuestros proyectos de Utopía, desde Félix Varela hasta Fidel Castro, han estado lastrados por un fatídico error: basaban sus hipótesis en una equivocada apreciación de la realidad cubana.
A lo largo de los años todos nuestros ideólogos han supuesto que lo que separaba a los cubanos de la prosperidad y la justicia eran defectos en la normativa jurídica, o en la estructura económica del país, o en la compleja trama de intereses internacionales en la que Cuba se veía sujeta y limitada. Se suponía que los males que aquejaban a los cubanos yacían fuera de los propios cubanos, un poco como el fatum, el inexorable destino de los griegos, radicaba en la caprichosa voluntad de las deidades olímpicas. Y yo creo que la experiencia nos dicta una enseñanza contraria a esa percepción: el problema esencial de los cubanos, el núcleo dramático de donde derivan todos nuestros quebrantos, está en nosotros mismos, en nuestra mentalidad social, proclive siempre a la violencia, opuesta a la moderación, incapaz de negociar compromisos, insolidaria con el prójimo, víctima contumaz de la improvisación y del repentismo, negada siempre al cauteloso diseño de proyectos de largo alcance.
El pertinaz fracaso de nuestras instituciones es el esperable producto del fracaso de cada uno de nuestros ciudadanos. Es la consecuencia del fracaso de cada uno de nosotros, a lo largo de toda la república, como ciudadanos responsables de formar y proteger el bien común. No podemos continuar buscando en factores externos las razones de nuestra relativa pobreza material, de la parcial falta de justicia y la cruel violencia de nuestra sociedad. Es cierto que la torpeza del marxismo puede hoy explicar la penosa situación de Cuba, pero no explica los fracasos de ayer y no explicará las desdichas de mañana, cuando ensayemos otros modelos de Estado, una vez terminada la pesadilla del fidelato.
El problema está dentro, muy adentro, y el trayecto más corto a Utopía consiste, en primer lugar, en corregir nuestra mentalidad social. Ya no es posible justificarle a nuestro pueblo el horror de la sociedad cubana con argumentos extraídos de la economía o de las ideologías políticas. La revolución que hoy nos toca proponer es la más difícil de cuantas puedan ofrecérsele a un pueblo, porque nos está vedado el halago fácil o la imputación de responsabilidades a fuerzas ajenas a nuestro medio social. Ya no nos queda otro recurso que la más consternada sinceridad.