por José Vilasuso
Los hechos son de dominio público. El pasado 15 de agosto desconocidos lanzaron artefactos incendiarios y ocasionaron daños de envergadura en las instalaciones del rotativo hondureño El Heraldo, poniendo en peligro la seguridad del personal en funciones.
El evento coincide con un intento similar ocurrido recientemente en Venezuela contra Globovisión. En ambos casos se agrede a medios reconocidos por su postura contestataria frente a las fuerzas del neopopulismo del siglo XXI. El trasunto se compone de ideología. De esta manera, se teje la médula de una contienda seria y al margen de tradicionales rivalidades por el poder. Hechos preocupantes lo demuestran.
Las violaciones a la libertad de expresión ocurridas en Tegucigalpa y Caracas revelan cómo los cauces usuales de la competencia pacífica entre intereses legítimos se han visto desconocidos, o mejor, ultrajados. Estamos participando en una escalada de niveles donde se compite por la supremacía ideológica, se nos arguye. Pero entonces, ¿cómo medir ideas a base de fuete, cachiporra o tea incendiaria? ¿Es que acaso por entrar en liza principios y teorías se justifica el crujir de dientes, el espinazo partido o la brasa ardiendo?
Hay otras dos noticias:
1) Dos diputados pertenecientes a la corriente del señor Manuel Zelaya Rosales denuncian ante el congreso mexicano que son víctimas de persecución y acoso por parte del gobierno del señor Roberto Micheletti.
2) La Comisión de Derechos Humanos denuncia que la fuerza pública actuó desproporcionadamente para reprimir a los manifestantes en apoyo al señor Manuel Zelaya Rosales, y que la información suministrada por la prensa hondureña está tergiversada.
Pero está comprobado que la verdad es todo lo contrario. Desde el instante en que un periódico defensor del referido gobierno se hace eco de dichas quejas mediante amplia cobertura noticiosa, se patentiza la libertad y el derecho de todo ciudadano e institución a expresarse cabalmente. No consiste la democracia en recoger las opiniones de los que banderizamos por ella, sino de quienes la vituperan.
En Honduras, los hechos del día corroboran la vigencia absoluta de dicho clima diferenciador. No se trata solamente del par de cintillos acotados, sino del diario fluir de la información en una democracia donde cada cual posee idéntico derecho a exponer criterios y puntos de vista sobre temas de toda índole. Y por supuesto, atenido a la justa reciprocidad.
Por consiguiente, la línea definitoria de las diferencias ideológicas recae en que unos defienden el derecho de todos a exponer, mientras otros le niegan esa herramienta a su oponente. De ahí los atentados de marras. Su divisa final se llama censura.