El enigma del Trotamar Seis, causa de una transitoria desavenencia entre Sherlock Holmes y su inquebrantable asistente, el Dr. Watson, por fin había entrado en acción. Así que los investigadores ingleses, finalmente, estaban en posición de entrar por la puerta de la cocina del enigma de las sexólogas ambulantes. Todo confluía hacia las cinco pistas fundamentales barajadas por Sherlock y su ayudante:
a) “Entre enredos, no concluyen lo que en sus foros conversan”.
b) Las sexólogas no eran más que la fachada desde la que hacía el trabajo sucio el Blog de la Chancletera.
c) La sexóloga, en singular y en minúscula, era un hombre.
d) Las sexólogas eran inalcanzables.
e) “La letra emana diversa”.
¿Qué letra podía resumir, en su elemental potestad, la complacencia del Trotamar Seis? ¿Acaso no se parodiaba a sí mismo? ¿No era el Trotamar sexología en sí mismo? ¿En sí mismo no era sí mismo? Todas estas preguntas, frente a las que Watson terminó poniendo a Holmes, desembocaban inevitablemente en una pregunta, acosada por cinco pistas fundamentales: ¿Cómo pensaba recompensar Sherlock la previsora, y decisiva, profesionalidad de su ayudante?