por Enrique Collazo
Cuba siempre ha sido una isla impúdica y hedonista, al decir del historiador Rafael Rojas. Desde los tiempos de la conquista y la colonización americanas la Isla asumió la función de proveedora del sistema de flotas metropolitano que con base en Sevilla partía hacia tierra firme continental. Podría decirse que desde entonces se fue fraguando entre los isleños una manera de pertenencia a esa cultura marinera y húmeda, relajada y carnal –sensual--, que los propios peninsulares, pese a su catolicismo inquisidor, asimilaron encantados, aplatanándose rápidamente.
Este signo distintivo del pueblo cubano abarca a todos sus integrantes, sin distinción de género o raza. Es algo consustancial a la cubanidad y funciona tanto dentro de los límites insulares como en el exilio miamense, mexicano, español o canadiense, pues el emigrado cubano acarrea su “jolongo” cultural doquiera que va. Sin embargo, un país de cultura básicamente hispano-africana concibe al hombre como dueño y señor supremo: el liderazgo en la seducción y las artes amatorias es atributo exclusivo del género masculino.
El propio José Martí, durante su estancia en los Estados Unidos, sufrió serias contrariedades debido al relativo nivel de emancipación que para la fecha ostentaba ya la mujer norteamericana con respecto a la latinoamericana: “¿Pero dónde está la casta franqueza, la sabrosa languidez, las cariñosas miradas, la tierna dulzura y la suave gracia de nuestras mujeres del sur?”.
Martí no pudo ocultar su desajuste funcional con respecto a ese tipo de mujer moderna que percibió fría, calculadora, independiente, demasiado viril. Probablemente al sufrir esta suerte de desarraigo fue que el cubano, para quien el tema de las mujeres representó un conflicto permanente, llegó a expresar en un rapto de frustrado machismo: “Y tantas cosas buenas como pueden hacerse en la vida. ¡Ah!, pero tenemos estómago y ese otro estómago que cuelga, y que suele tener hambres terribles”.
En cualquier caso, durante la dictadura castrista el macho caribeño se han potenciado en grado superlativo, traspasando los contornos acuosos de la Isla para proyectarse a escala global como mito plenamente aceptado por las sociedades de Occidente. Valdría la pena preguntarse: ¿Por qué?