por Ignacio T. Granados
No es de extrañar que un funcionario se atreviera a rechazar a José Lorenzo Fuentes, confiado en que ellos producirían sus propios autores; aunque no contaba con que esos autores propios se creerían que eran consistentes y pretenderían el mundo, dejándolos a ellos con dos palmos de narices y jodiendo a media humanidad. De hecho, el problema con los que fueron algo en Cuba es que se creyeron que lo merecían; porque así son las cuestiones del ego, con esas construcciones fabulosas y juegos como el del “asere intelectual”, olvidando que sólo fueron funcionarios y porque eran confiables, aunque fuera por lo listos. Porque no se trata de que no seamos iguales, sino de que algunos sí son más iguales que otros; los distingue la naturaleza, el carácter, la consistencia y los intereses; que el ser humano sólo es igual en esencia, más allá de eso lo define su propia proyección en la realidad, y como individuo.
Todos esos egresados de talleres y concursos espurios deberían recordar eso, que no se trata de fórmulas imposibles sino de realidades; es decir, de los intereses reales y propios de cada quien, que cada uno muy bien que los conoce. Ese es el problema siempre, el falso igualitarismo de los directores de proyectos revolucionarios y los arribados; y bien pudieran evitarse la vergüenza del burro flautista cuando pretendió el concurso augusto, alistándose con los de Bremen, que también resuelven. No es que uno sea dado a hablar con Dios —que apenas arrulla el sueño—, sino que tampoco es con cualquiera; sólo y estrictamente con iguales, con los que el intercambio sea posible y fructífero, no con listos ni manipuladores.
Cortesía Negros