google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: La revolución divina

martes, 24 de noviembre de 2009

La revolución divina

por José Luis Sito

La existencia de Dios no puede ser demostrada, ni en un sentido ni en otro. No pudiendo demostrarla, hay que creerla, ya que ni la razón ni el entendimiento pueden hacerlo. Creer en Dios es un postulado, como lo dirá Kant, o un “pari”, una apuesta, una “certidumbre del corazón”, citando a Pascal. Dios no precisa de pruebas ni demostraciones de su existencia, sólo que se crea en él. La “revolución” de Cuba sigue el mismo esquema: se ha impuesto en muchas cabezas como una creencia, un acto de fe.

Según la opinión mundana y generalizada, preguntarse si alguna revolución ha existido jamás en Cuba es absurdo, irracional, incoherente, inadmisible: la revolución existe porque existe. Esta tautología ha sido transmitida de abuelos a padres y de padres a hijos, de revolucionarios a contrarrevolucionarios. Especifiquemos que el contrarrevolucionario cubano no es alguien que no cree en la existencia de la revolución --para él la “revolución cubana” es una realidad indiscutible— sino alguien que disiente del régimen castrista. Luego, habría que llamarlo contracastrista, dado que el contrarrevolucionario es un creyente en la revolución. En definitiva, nadie pone en duda el carácter “revolucionario” de la guerra llevada a cabo por generales disfrazados de comandantes, por un ejército de militares luchando contra otros militares, por un grupo de cubanos combatiendo a otros cubanos de un bando diferente.

Si la guerra civil española hubiese sido ganada por los izquierdistas españoles teleguiados por Moscú, cabe preguntarse si no le hubieran colado el apodo “revolución” a su victoria. Los españoles hubieran heredado de una “revolución española” mayor motivo de orgullo y de satisfacción nacional que el franquismo. Es un apodo que Chávez no ha dudado un segundo en fusionar con su régimen, “revolución bolivariana”, como Correa con su “revolución ciudadana” o Morales con su “revolución indígena”. El vocablo “revolución” es muy útil por esas “razones” teológico-místicas, tan prácticas para engendrar creencias mitificadas, símbolos e imaginarios colectivos. Es muy difícil luchar contra una creencia. Más difícil que contra un hecho histórico.

La cuestión no es de afirmar a priori la existencia o la inexistencia de la “revolución” en Cuba, sino de adentrarla en el campo histórico, de someterla a métodos de investigación, de pasarla por el tamiz del entendimiento, de la crítica. Para así sacarla de su posición de postulado, de su carácter divinizado. Para saber si realmente esa revolución tiene alguna consistencia real.

Para ello, también, habría que entrar en la noción de revolución, en el concepto revolución, algo que nos alejaría, por fin, de esas construcciones falsificadas estalinistas, marxistas, marxista-leninistas. Michel Foucault recordaba en una entrevista lo que Marx le decía a Engels: “El proletariado sabemos muy bien que no existe, ¡pero no hay que decirlo! A fuerza de hablar de él, ¡quizás termine por existir!”. A la supuesta revolución cubana le pasó exactamente lo mismo. El dictador “revolucionario” cubano no daba sus discursos interminables solamente por gusto, sino para meter en todas las cabezas, día tras día, y a martillazos, sus construcciones falsas. Su revolución imaginaria, a fuerza de vociferaciones, terminó por cobrar realidad.

El marqués de Sade, un revolucionario que nunca divinizó la revolución, en su texto Diálogo entre un sacerdote y un moribundo, escribe: “La causa que no comprendes, es quizás la cosa más simple del mundo. Perfecciona tu física, y comprenderás mejor la naturaleza; depura tu razón, rechaza tus prejuicios, y no te será necesario tu Dios”.

El problema es que los cubanos todavía necesitan la idea preconcebida de su revolución divina.

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