google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Carlos Varela y el heroísmo

martes, 8 de diciembre de 2009

Carlos Varela y el heroísmo

por Armando Añel

A gente como el trovador Carlos Varela no cabe criticarla por castrista (ver sus últimas declaraciones en Washington). Cabe criticarla, en todo caso, por cambiacasaca y oportunista, por haber hecho carrera de un discurso –de una trova, como se le conoce popularmente en Cuba a la arenga y la “muela”— que luego traicionan incesantemente, a la sombra de los permisos de salida y el pan con jamón. Varela, adicionalmente, no constituye una excepción a la regla.

Hacia el año 1999 ó 2000 –no recuerdo exactamente—, en concierto celebrado en el Teatro Nacional de Cuba, un apocalíptico Santiago Feliú confesó —literalmente— su adhesión al color rojo. En una época en que el propio Fidel Castro admitía que la lucha armada había pasado de moda, el trovador se dio el lujo de regalar a los asistentes un pormenorizado recuento de su visita a la guerrilla colombiana (compartió con los narcoguerrilleros en su clásico hábitat, la montaña). Luego se disculpó por el texto de una canción que, según dijo, le parecía un pecado de adolescencia. El espectáculo alcanzaba tintes suficientemente grotescos cuando Feliú pegó otra vuelta de tuerca: anunció su retiro de la escena por tiempo indefinido; razones ajenas a su voluntad, balbuceó en tono lloroso, le obligaban a tomar esa decisión.

El caso de Santiago Feliú y su laborioso harakiri público no debiera sorprendernos —aunque a veces pueda pasar inadvertido, el eco de muchas otras formas de suicidio cultural continúa estremeciendo nuestras bien entrenadas orejas—. Lástima que comúnmente sus seguidores, cogidos entre la espada y la pared, no sepan si hacer como que no lo escuchan o escuchar lo que en realidad no dice.

Pero si Feliú ha mantenido una línea ambigua, cuidándose siempre las espaldas, Varela, al menos durante su etapa más fructífera musicalmente hablando, fue mucho más allá. Temas como Guillermo Tell, El leñador, Como los peces o La política no cabe en la azucarera, cuyas referencias y alusiones no dejan lugar a dudas, lo llevaron a liderar la avanzada de su generación de trovadores. Cualquiera de sus conciertos reunía —tal vez reúne aún— a una multitud entusiasta, inquieta, gente que veía en él a una suerte de vocero de las múltiples disidencias que en la actualidad remolca la sociedad cubana. Aunque ya a finales de la década de los noventa, en entrevista televisada, Varela les dejaba un amargo sabor de boca. Cuando se le preguntó acerca de sus espinosos textos dijo que la gente ve fantasmas donde no los hay y que bueno, a fin de cuentas, “también Silvio Rodríguez fue mal interpretado en su época”.

Se podrá argüir que estos soldados de guitarra y filarmónica son la vanguardia de una generación desarmada, desideologizada; que no se les puede pedir el suicidio político (léase también cultural y material en un sistema confiscatorio como el cubano); que su verdadera función es la de ir socavando, poquito a poco y como quien no quiere la cosa, las bases estructurales y sociales del aparato de la censura —y de la autocensura— en Cuba. Y sin embargo, teorías como éstas no resultan demasiado convincentes, o al menos no en todos los casos. De cualquier manera, el verdadero mercado de esta generación de trovadores cubanos (a la que clásicos como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés le han mostrado el camino del enriquecimiento) está en la Isla: mercado y plaza pública donde airear la quincallería comprada “en el más allá”, en las “salvajes” y “decadentes” sociedades de consumo. Donde recoger en bandeja los guiños de las nativas sin pasaporte ni creyón de labios. Un mercado definitivamente tentador.

De ahí que cuando en cualquier entrevista o en los propios textos de sus canciones oigo repetir a Varela, a Feliú, a tantos de estos músicos, que a pesar de todo no abandonan la Isla, que mientras la mayoría lo hace ellos se mantienen firmes, no puedo evitar una sonrisa. Y me viene a la mente una conocida frase de Kafka: “El heroísmo de los que se quedan (aquí debiéramos agregar: de los que alardean constantemente de ello) es el de la cucarachas, que tampoco pueden ser extirpadas del cuarto de baño”.

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