google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: ¿El espíritu de las naciones? (II)

lunes, 8 de febrero de 2010

¿El espíritu de las naciones? (II)

por Ignacio T. Granados

El bolero es de España

Attaquons dans ses eaux la perfide Albion
Louis Marie de Ximénez

“Pérfida”, espeta el malevo a la mujer que le corroe las entrañas, y es su propio grito de impotencia, porque en realidad él ama sus carnes, no importa si abundantes o magras, y su carácter, no importa si agrio o dulzón. Peor aún, en la agresión se escuda, de tan vulgar, porque la sabe imposible, no importa si llega a poseerla, y le corroe la posibilidad de que piense en otro mientras se refocila con él.


No es extraño que el diplomático francés (Ximénez), con esa incontinencia de los poetas, llamara pérfida a la distante belleza de Albión; tampoco que, aunque francés, su origen sea ibérico, lo que más bien explica el pasionario que es la política en las proyecciones culturales. Al fin y al cabo, España estaba del otro lado de los Pirineos; cuando cuajó Europa, Iberia era otra cosa, una desconfianza de aquella conversión de sus primos. Grave cuando esa fundación comprometía el futuro espléndido de Occidente, al que se incorpora la Iberia pero algo retrasada y sin acomodarse por completo, al punto de irle hasta en Contrarreforma. No por gusto su pasión la despertaría Albión la Alta, por más que la pretendiera la Galia; después de todo también, fue el Humanismo inglés el que justificó el Capitalismo [el Progreso], mientras los franceses se sumieron en la contradicción de una revolución esclavista.

Al fin y al cabo también, parece que el viejo Platón tenía alguna razón en sus intuiciones, con aquello de que las relaciones [Eros] eran un principio universal que seguía un canon inamovible. La perfidia que reclama un amante despechado es una auténtica declaración de amor, nada más ibérico que esa envidia solapada; porque España llegó a casi regir Europa excepto a la esquiva Albión, desde Italia y Alemania hasta la Francia, a la que contamina cuando a ella la posee Napoleón. A nadie deben extrañar esas extrañezas, que en la paradoja se regodea quien puede, porque para ello tiene. No hay como el elusivo espíritu para explicar esos comportamientos esquizoides en que las naciones, como sus nacionales, creen saber quiénes son y hasta lo que quieren.

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