por Armando AñelUn ejemplo de la táctica de un pasito pa´lante un pasito pa´atrás que tantos titulares condescendientes le ha proporcionado al raulismo –y en general al castrismo durante los últimos cincuenta años— es el de la supuesta supresión de la tarjeta blanca, o permiso de salida, para los cubanos de a pie con intenciones de viajar al exterior, posibilidad que tomó fuerza en los circuitos informativos, y las mentes más optimistas, a mediados del año 2008.
Primero el rumor corrió como fuego sobre hierba seca: ya se podía salir del país sin necesidad de esperar la autorización de Papá Estado. Luego se supo que la rectificación de marras aún no había sido aplicada en los meandros de la burocracia totalitaria. Más tarde se comenzó a escuchar que una vez más a ciertos sectores de la población se les negaba el derecho a salir de Cuba (médicos, estudiantes universitarios recién graduados, etcétera). A continuación se dijo que, en caso de derogarse el permiso, se triplicaría el precio de los pasaportes. Y por último, que probablemente habría que esperar por el aval de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) –es decir, que quienes quisieran abandonar la Isla quedarían a merced del oportunismo, o simplemente la envidia, de unos soplones— para obtener los susodichos pasaportes.
Todo esto, repito, se maquinó, rumoró y hasta debatió a mediados de 2008, y a estas alturas todavía seguimos el rastro del limbo informativo. En cualquier caso, en un país donde ni siquiera los residentes del interior pueden viajar a, o residir en, la capital de la Isla, el absurdo continúa teniendo carta de ciudadanía, la tarjeta blanca protagonismo y potestad.
¿Qué pasó, en fin, con la supresión del famoso permiso de salida?
