por Carlos Scholkow
El boca a boca miamense refiere que si eres recién llegado, relativamente joven y moderadamente atractivo, puedes probar suerte en La Cascada (7140 SW y Calle Ocho). El Nuevo Herald lo anuncia como “la tradición bailable de Miami. Música en vivo todos los días con Larry López y el Dúo Sensación Latina”. Más conocido por el sobrenombre de “Palacio de las Arrugas” –en la cruel tradición del choteo cubano—, este comedor, en las noches transfigurado en Nigth Club, suele acoger a señoras maduras lo suficientemente animosas como para complicarse la vida con jóvenes balseros todavía marcados por el salitre del Golfo (dicen las malas lenguas).
Una noche, cuando apenas llevaba tres meses en la ciudad, y empujado por la lúdica insistencia de un conocido escritor local –soy rigurosamente sincero, no intento ni de lejos justificarme—, me dirigí en su compañía “al Palacio”. Podíamos divertirnos, incluso, hasta correr el riesgo de volvernos sádicos. Eso intuía cuando ya en la puerta, y a punto de penetrar el local, el portero nos exigió el correspondiente peaje. Veinte dólares contantes y sonantes, si mal no recuerdo. Lo que sí recuerdo bien es que en ese preciso instante pegué la media vuelta, indignado ante la posibilidad de pagar en lugar de ser pagado. Conato de ridículo que acabó sin empezar. Jinetero in extremis que se coge el culo con la puerta. ¿Pero quién no ha oído hablar en Miami del Palacio de las Arrugas?