google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: El ejemplo de Israel (V y final)

domingo, 18 de julio de 2010

El ejemplo de Israel (V y final)

por Carlos Alberto Montaner

La riqueza de Israel, primordialmente, como sucede en todas las naciones técnicamente desarrolladas, está en las cabezas de sus gentes: en su gran capital humano. Por diversas razones, históricas y culturales, los judíos constituyen una de las etnias que con mayor intensidad cultivan la formación intelectual. Sé que es un lugar común subrayar ese rasgo del pueblo hebreo (se ha dicho que al inventar un día, el sábado, para dedicarlo a las cosas del espíritu, comenzó a acumular capital intelectual), pero, sea cual fuere su origen, ahí está una de las claves del desarrollo económico del Estado de Israel, extremo que suele tratar de demostrarse con la impresionante lista de judíos de todas las nacionalidades que han ganado el Premio Nobel, a la que habría que agregar la de músicos y artistas notabilísimos.

La explicación es muy simple y se despliega ante nosotros casi como un silogismo: la riqueza sólo se crea en las empresas; para generar grandes sumas de riqueza es indispensable agregarle valor a la producción de esas empresas mediante procesos sofisticados que requieren conocimientos y expertise; esto sólo es posible si la sociedad cuenta con un número significativo de personas bien educadas. En eso, esencialmente, consiste el capital humano. Sin él, no hay desarrollo.

Pero el capital humano apenas da frutos si no va acompañado de un gran capital cívico. Es en ese punto en el que intervienen los valores y actitudes. En sociedades en las que predominan las personas respetuosas de las reglas, las reglas morales y las legales, y en las que existe respeto por las jerarquías legítimas, y los ciudadanos tienen un compromiso real con la búsqueda de la excelencia, el capital humano florece.

Esto no quiere decir que en Israel, como en cualquier otra sociedad, no hay psicópatas o seres inescrupulosos que violan las leyes, o gentes que carecen de buenos hábitos laborales, pero las personas que muestran esos rasgos son percibidas con desdén por el conjunto de los ciudadanos y no son suficientes para descarrilar al país de la senda del desarrollo en que se encuentra o para destruir los fundamentos de la convivencia.

No me gusta sonar como un predicador religioso, pero sin valores morales y cívicos sólidos, las sociedades fracasan y las instituciones dejan de rendir su cometido. Lo que quiero decir es que en Israel, como en todas las naciones exitosas, hay sanción moral para los transgresores de las normas, actitud que no siempre está presente en grandes zonas de los pueblos latinoamericanos, donde el comportamiento corrupto o ilegal de los dirigentes no los invalida ante los ojos de muchísimas personas dispuestas a tolerar esas violaciones de las normas si ellas también pueden beneficiarse.

Cuando el presidente de México declaraba, recientemente, que al menos la mitad de las fuerzas policiacas mexicanas eran cómplices de los delincuentes, estaba reconociendo algo gravísimo: admitía, seguramente muy a su pesar, que una parte sustancial de la sociedad carecía de valores cívicos y de juicio moral, porque esas docenas de miles de personas de todos los estratos y de todos los rincones del país coludidas con los delincuentes de alguna manera eran una representación transversal de la propia sociedad mexicana, en la medida que los policías no son una casta especial de seres humanos.

¿Qué han hecho, en suma, los israelíes? Insisto: lo mismo que la mayor parte de las naciones exitosas. Hace unos años invitaron a un parco filántropo norteamericano a dar el discurso de graduación en una universidad católica centroamericana, y le pidieron que reflexionara sobre los principios de la ética. Se limitó a repetir los "Diez mandamientos" y a reducirlos todos a una recomendación final nada original, pero absolutamente válida: compórtate con el prójimo como quisieras que él se comportara contigo. Su discurso duró tres minutos.

Si hay una lección que podamos extraer del ejemplo israelí es muy simple: si en medio del desierto, y luchando contra todas las adversidades, este pequeño país ha podido convertirse en el "tigre semita", no hay ninguna excusa válida para que cualquier país de América Latina no pueda lograr una trayectoria similar. Pero, obviamente, para calcar esos resultados también hay que reproducir el modo de alcanzarlo. Ese comportamiento que, como a todas las familias felices a que aludía Tolstoi, caracteriza a todas las naciones exitosas. Ése es el camino. Es largo y complejo, y no hay ningún atajo que nos conduzca a la meta. Lamentablemente, ése es el secreto.

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