google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Eritrolo, Gangarita y el Códice Thamacun

sábado, 24 de julio de 2010

Eritrolo, Gangarita y el Códice Thamacun

por el Investigador de Nuevo Songo

Allá se erguía la isla como una cúpula de alabastro. La tierra de él era de bosques de neblina, aquellos que lamían los bordes mismos de los acantilados con sus lenguas de fuego, pero al divisar la isla supo que volvía a Ítaca, a su territorio particular.

Tras torear un mar bravío, de luciérnagas y luceros del alba, el Periodista desembarcó. Escuchó un bramido denso, ocre, un poco espeso, que lo increpó al plantar pie en La Playa. Era un ser extraño el que le hablaba: una criatura blogófaga monstruosa, como un cíclope, un trolo, que se identificó como Eritrolo.

Supo que había llegado a un tiempo líquido, sin convenciones. Que tendría que cortejar de nuevo a la muerte para llegar hasta su Dama. Pero los guerreros que se hacen a la mar a cortejar a la dama de la Muerte se hacen espuma, que no es morir. La playa se volvió naranja, de un naranja fosforescente. "¿Qué buscas en la playa?", preguntó Eritrolo mirándolo con el monóculo en la frente.

- Ando a la búsqueda de Anakantra.

-¿Para qué buscas a Anakantra?

- Ando tras la verdad del Códice Thamacun.

A la mención del Códice, el trolo sacó una espada. "Yo llegué primero", atacó. El Periodista desenvainó su arma y respondió el ataque. Arremetió, hundió el acero en las carnes de Eritrolo, pero las carnes sanaban al instante; cortó los miembros de Eritrolo, pero los miembros crecían y duplicaban su poder. Tuvo que desplegar toda su destreza para combatir a un trolo de muchos miembros, de muchas cabezas, de muchas patas. Cada pata, armada. Cada cabeza, amenazante.

Una voz a sus espaldas le hizo perder pie. "No se mueva nadie. La primera en llegar a la playa fui yo". En el escudo de Eritrolo vio el reflejo de la cabeza de Gangarita cubierta por una máscara antigás. La reconoció porque una vez había visto su dibujo en un horrendo camafeo, en una Tiendecita de los Horrores, en una callejuela oscura cerca del Támesis, por las inmediaciones del Execution Dock.

Gangarita llevaba armas biológicas en cada una de sus patas, que eran muchas: "Si se mueven los desintegro. Estas balas contienen gas letal y al que hirieran lo convierten en humo. Llévenme ahora hasta Anakantra". El Periodista y Eritrolo se volvieron pétreos. El Periodista apeló al ingenio: "Creo que alguien se nos adelantó a los tres. Alguien nos observa, alguien nos apunta…".

Gangarita perdió concentración. Eritrolo aprovechó y lanzó un puñal que la alcanzó en la frente y atravesó la máscara. Gangarita respondió con un disparo que hizo blanco y convirtió al trolo en una columna de humo sepia que se dispersó sin dejar rastro. Miles de anonifagios --criaturas anónimas de la blogofagia— surgieron de la arena y devoraron en segundos el cuerpo de Gangarita.

El Periodista, liberado de sus contrincantes blogófagos, siguió camino. Pero, ¿a dónde ir? Estaba sin duda en Playa Hedónica, había seguido la pista de la estrella indicada por la reina de Nuevo Songo, pero... ¿y ahora qué? Extenuado, recostó la cabeza en la arena.

Lo despertó una voz de ultimátum, de tamboriles dislocados, de cornetas que sonaban a la guerra o al olvido. "Despierta, si quieres poseer el don de la Verdad despierta ya…".

- ¿Quién eres? No te veo.

- Abre bien los ojos, aguza los sentidos y escucharás la voz de mi ama y señora Anakantra --dijo la criatura de forma humana y del tamaño de un saltamontes. El Periodista descubrió que el minúsculo ser era un conocido personaje de la Blogoferia.

La playa se volvió celeste, intensa, de un azul marino que cegaba. Una voz como salida de las rocas, de la arena, del agua, dijo: "Soy Anakantra".

-¿Dónde estás? ¿Cómo llego a ti? --clamó el Periodista corriendo de un lado al otro y, finalmente, adentrándose en el mar.

-El conocimiento es como una espada disparada hacia ti. Si la agarras por la empuñadura, te será útil. Si la agarras por el filo, te cortará --dijo Anakantra.

Una espada de metal refulgente, incrustada de piedras preciosas, jamás vista por ojo humano, salió propulsada del mar en dirección al Periodista. Él extendió su mano. Asió la espada por la empuñadura.

-Ya vi tu mano. Podrás ver mi mano extendida en el mar, abierta, esperando la tuya --dijo Anakantra. Y el Periodista supo que había llegado. Que al fin había llegado.

Continuará

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