por Roberto Lozano
Circula en la Red el artículo La corrupción, ¿la verdadera contrarrevolución?, del ideólogo-académico Esteban Morales Domínguez. Un funcionario que ha ocupado altas posiciones en la estructura académica del castrismo por varias décadas, que ha estado vinculado a sus servicios de inteligencia y fungido como uno de los sacerdotes supremos de la religión marxista-leninista, acumulando de hecho una larga lista de servicios al régimen desde los años en que se dedicaba a expulsar estudiantes por “diversionismo ideológico”, entre otros “méritos”. Pero siempre disfrutando de las dádivas del poder: los “viajecitos” al extranjero y las conferencias anuales en el Palacio de las Convenciones de La Habana.
En su artículo, el ideólogo-catedrático-sacerdote aduce que la expansión de la corrupción en las altas esferas del Partido Comunista y del gobierno en Cuba es como para “quitarle a cualquiera el sueño”, y advierte que algunos funcionarios se preparan para “el día que se caiga la revolución” mediante la desviación de recursos.
Queda claro que Morales señala sociológica y correctamente dónde está el boquete moral que inunda el barco del totalitarismo. En “las altas esferas del gobierno”. Pero no hace ningún esfuerzo por explicar sus causas económico-estructurales. La corrupción parece ocurrir por generación espontánea debido a las “debilidades de algunos funcionarios”, y aparentemente no tiene nada que ver con la maltrecha estructura económica del país, debilitada por la supresión de la libertad económica, y mucho menos con la inexistencia de los mecanismos de balance y chequeo que existen en otras sociedades con sistemas democráticos.
Sobre la dimensión económica del fenómeno, Morales saca a colación el asunto del mercado negro, el cual también parece entrever como consecuencia de la corrupción, pero tampoco ahonda en sus causas. Eso sí, advierte que el problema “será imposible de ordenar mientras existan los grandes desequilibrios entre oferta y demanda que caracterizan aún hoy a nuestra economía”, como señalando la dirección del único salvavidas contra la miseria y la depauperación que imperan en el país. En realidad, el mercado negro y la corrupción son fundamentalmente consecuencia de la carencia de libertad económica, algo que debería intuir un profesional educado en las particularidades de la Economía Política si no fuera por el efecto “ceguera” que produce en su sapiencia el opio del marxismo-leninismo.
El mercado negro no causa la corrupción, ni la corrupción causa el mercado negro, sino que ambos coexisten como consecuencia de la supresión de la libertad económica. Dondequiera que el agente económico carezca de libertad para progresar en la economía formal, escogerá la senda de la ilegalidad como mecanismo compensatorio, convirtiéndose en empresario político y sirviéndose del Estado para mejorar la situación de su unidad familiar. La evidencia empírica demuestra que para revertir la corrupción generalizada hay que restaurar la libertad económica. De otra forma, la corrupción --como ha ocurrido en Cuba— deviene fenómeno estructural.
Morales ni siquiera insinúa cómo puede eliminarse el desequilibrio entre la oferta y la demanda, a pesar de que el académico debería conocer perfectamente que la fórmula de la centralización no ha funcionado para estimular la oferta, que ésta más bien ha devenido freno al desarrollo de las fuerzas productivas. ¿No sería entonces lógico remover la “camisa de fuerza” con la que el Estado atenaza la producción, con el objetivo de estimular la oferta y cerrar la brecha de la oferta-demanda? ¿Por qué entonces el articulista permanece silencioso respecto a las soluciones estructurales?
Morales identifica, errónea y superficialmente, la “falta de disciplina” y otras debilidades” como los síntomas a combatir (debilidades de las cuales, irónicamente, ahora lo acusa el Partido Comunista). Su formación como especialista en Economía Política debería haberlo llevado a hurgar un poco más profundamente en la estructura imperante pero, en vez de hacerlo, se va por la típica tangente del factor externo, advirtiendo que los servicios de inteligencia del enemigo están al tanto de esas “debilidades” para penetrar e influir sobre los acontecimientos en Cuba. Como si la CIA tuviese un registro pormenorizado de lo que acontece en la cabeza de cada funcionario y, además, fuese capaz de hacerlos actuar de acuerdo a sus intereses, en detrimento de su beneficio personal.
La nomenclatura castrista ha terminado sancionando a Esteban Morales, y separándolo del Partido, a pesar de que su análisis intentaba estimular los instintos de auto-preservación del régimen. La sanción demuestra que a la jerarquía político-militar-partidista no le agrada que la señalen públicamente como máxima representante de la corrupción en el país. Mucho menos que la señalen aquellos que, como Morales, han dependido de sus favores y aprobación para mantener posiciones de privilegio dentro de una estructura académica que, intuitivamente, debería estar incondicionalmente subordinada a sus objetivos políticos, mucho más después de haber sido compañeros de un viaje de cinco décadas cuyo destino no ha sido otro que el desastre nacional. La nomenclatura “truena”, castiga a quienes, avistando el poderoso iceberg que se avecina --quizás el fin de los subsidios venezolanos—, amenazan abandonar el Titanic de la “revolución”.
Circula en la Red el artículo La corrupción, ¿la verdadera contrarrevolución?, del ideólogo-académico Esteban Morales Domínguez. Un funcionario que ha ocupado altas posiciones en la estructura académica del castrismo por varias décadas, que ha estado vinculado a sus servicios de inteligencia y fungido como uno de los sacerdotes supremos de la religión marxista-leninista, acumulando de hecho una larga lista de servicios al régimen desde los años en que se dedicaba a expulsar estudiantes por “diversionismo ideológico”, entre otros “méritos”. Pero siempre disfrutando de las dádivas del poder: los “viajecitos” al extranjero y las conferencias anuales en el Palacio de las Convenciones de La Habana.
En su artículo, el ideólogo-catedrático-sacerdote aduce que la expansión de la corrupción en las altas esferas del Partido Comunista y del gobierno en Cuba es como para “quitarle a cualquiera el sueño”, y advierte que algunos funcionarios se preparan para “el día que se caiga la revolución” mediante la desviación de recursos.
Queda claro que Morales señala sociológica y correctamente dónde está el boquete moral que inunda el barco del totalitarismo. En “las altas esferas del gobierno”. Pero no hace ningún esfuerzo por explicar sus causas económico-estructurales. La corrupción parece ocurrir por generación espontánea debido a las “debilidades de algunos funcionarios”, y aparentemente no tiene nada que ver con la maltrecha estructura económica del país, debilitada por la supresión de la libertad económica, y mucho menos con la inexistencia de los mecanismos de balance y chequeo que existen en otras sociedades con sistemas democráticos.
Sobre la dimensión económica del fenómeno, Morales saca a colación el asunto del mercado negro, el cual también parece entrever como consecuencia de la corrupción, pero tampoco ahonda en sus causas. Eso sí, advierte que el problema “será imposible de ordenar mientras existan los grandes desequilibrios entre oferta y demanda que caracterizan aún hoy a nuestra economía”, como señalando la dirección del único salvavidas contra la miseria y la depauperación que imperan en el país. En realidad, el mercado negro y la corrupción son fundamentalmente consecuencia de la carencia de libertad económica, algo que debería intuir un profesional educado en las particularidades de la Economía Política si no fuera por el efecto “ceguera” que produce en su sapiencia el opio del marxismo-leninismo.
El mercado negro no causa la corrupción, ni la corrupción causa el mercado negro, sino que ambos coexisten como consecuencia de la supresión de la libertad económica. Dondequiera que el agente económico carezca de libertad para progresar en la economía formal, escogerá la senda de la ilegalidad como mecanismo compensatorio, convirtiéndose en empresario político y sirviéndose del Estado para mejorar la situación de su unidad familiar. La evidencia empírica demuestra que para revertir la corrupción generalizada hay que restaurar la libertad económica. De otra forma, la corrupción --como ha ocurrido en Cuba— deviene fenómeno estructural.
Morales ni siquiera insinúa cómo puede eliminarse el desequilibrio entre la oferta y la demanda, a pesar de que el académico debería conocer perfectamente que la fórmula de la centralización no ha funcionado para estimular la oferta, que ésta más bien ha devenido freno al desarrollo de las fuerzas productivas. ¿No sería entonces lógico remover la “camisa de fuerza” con la que el Estado atenaza la producción, con el objetivo de estimular la oferta y cerrar la brecha de la oferta-demanda? ¿Por qué entonces el articulista permanece silencioso respecto a las soluciones estructurales?
Morales identifica, errónea y superficialmente, la “falta de disciplina” y otras debilidades” como los síntomas a combatir (debilidades de las cuales, irónicamente, ahora lo acusa el Partido Comunista). Su formación como especialista en Economía Política debería haberlo llevado a hurgar un poco más profundamente en la estructura imperante pero, en vez de hacerlo, se va por la típica tangente del factor externo, advirtiendo que los servicios de inteligencia del enemigo están al tanto de esas “debilidades” para penetrar e influir sobre los acontecimientos en Cuba. Como si la CIA tuviese un registro pormenorizado de lo que acontece en la cabeza de cada funcionario y, además, fuese capaz de hacerlos actuar de acuerdo a sus intereses, en detrimento de su beneficio personal.
La nomenclatura castrista ha terminado sancionando a Esteban Morales, y separándolo del Partido, a pesar de que su análisis intentaba estimular los instintos de auto-preservación del régimen. La sanción demuestra que a la jerarquía político-militar-partidista no le agrada que la señalen públicamente como máxima representante de la corrupción en el país. Mucho menos que la señalen aquellos que, como Morales, han dependido de sus favores y aprobación para mantener posiciones de privilegio dentro de una estructura académica que, intuitivamente, debería estar incondicionalmente subordinada a sus objetivos políticos, mucho más después de haber sido compañeros de un viaje de cinco décadas cuyo destino no ha sido otro que el desastre nacional. La nomenclatura “truena”, castiga a quienes, avistando el poderoso iceberg que se avecina --quizás el fin de los subsidios venezolanos—, amenazan abandonar el Titanic de la “revolución”.