google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Cuba, la dictadura escatológica

viernes, 27 de agosto de 2010

Cuba, la dictadura escatológica

por Armando Añel

Donde lo escatológico adquiere carácter masivo en la Isla, es en su vertiente más soez u ordinaria. Lo escatológico revoluciona el lenguaje, los modos, las estratagemas. Cuba es hoy día un país donde lo chabacano se ha adueñado de lo cultural y aun de lo político, sobre todo si se tiene en cuenta que esto último ha condicionado lo primero y lo ha hecho, conscientemente o no, desde la inmundicia.

La podredumbre, lo escatológico como punto de referencia, constituye una de las señas de identidad más acuciantes de un proceso cuyos principales dirigentes --salvo excepciones muy puntuales— utilizan lo soez como arma o se han visto amalgamados y condicionados por ello. La imaginería popular, cimentada en datos muy concretos, dibuja a un Che Guevara maloliente, desaseado, o a un Fidel Castro que copula –brevemente— con las botas puestas. De los tantos apodos administrados a este último, convendría recordar uno de su época universitaria, cuando aún el líder no era el líder: Bola de Churre. Y Bola de Churre ha impulsado decisivamente, desde la imagen, el verbo y sus innumerables mandamientos –como el hiper-escatológico Chávez en Venezuela—, la revolución de la inmundicia en Cuba.

Y no es que haya sido demasiado difícil. La idiosincrasia del choteo, ya significada por Mañach, brindó soporte a los nuevos aires traídos por el castrismo, que comenzó a llamarle al pan, pan, y al vino, vino, sin hacer distingos de ninguna clase. “La revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes” fue, en otra dimensión sociológica, la rebelión de lo escatológico contra lo diverso, la minuciosa y festiva cruzada de la chabacanería contra la mesura. Había una base, claro está, un caldo de cultivo que fue autorizado a extraer lo soez del baúl de los recuerdos de la inhibición pública. El cubano es extravertido, inmoderado, enfático: a cambio de no hablar de ciertas cosas, obtuvo la libertad de vociferar otras tantas sin contención ni buen gusto.

En consecuencia, la vulgaridad no sólo prosperó a escala institucional, sino que en la calle el vocabulario se masificó, perdiendo individualidad y matices: mecanizándose. Del “nosotros” al “compañero”, de la “reunión del comité de base” al “municipio especial”, al “delegado especial”, al “período especial”, la palabra se hizo anodina, ganando impunidad y perdiendo distinción. Así, el sistema educacional totalitario ha contribuido especialmente a diseñar un modelo de nación en el que no tiene cabida la elegancia.

La dictadura de lo escatológico en Cuba, en cualquier caso, llega al final de un ciclo histórico con sus deberes cumplidos. Ciertamente, se hace cada vez más evidente que la diversidad aflora, con asustadiza cautela, allí donde lo oficial tenía hasta hace poco jurisdicción. Pero no hay que subestimar la labor de zapa que durante más de medio siglo dirigió el Estado y consolidó el sistema. Y no sólo en un sentido cultural o social. Ahora mismo la antigua Perla de las Antillas es un país arrasado, derruido, donde lo escatológico zigzaguea por las principales avenidas en forma de excremento canino. Y está La Habana, ese monumento erigido por el Poder en conmemoración del enésimo aniversario de la revolución de la inmundicia.

No será fácil higienizar la ciudad. Ni siquiera recoger a los perros.

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