google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Cuba, de la imaginación a la rutina (II y final)

jueves, 30 de septiembre de 2010

Cuba, de la imaginación a la rutina (II y final)

por Manuel Gayol Mecías

¿Quién le pone el cascabel al gato? “¿Quién pone el muerto?”, como se ha comentado entre bastidores. Pienso que en el fondo de los fondos el problema de Cuba no es de pasividad genética. Creo que el cubano, en realidad, no es pasivo ni inerte del todo; si esto se ha llegado a afirmar de una manera radical es porque se ha creado un estereotipo. Acepto cierto condicionamiento genético, pero todo lo genético siempre queda determinado, ampliado o disminuido, por lo social, y, en este caso, por la historia sociopolítica que nos ha tocado. Simplemente, se juntaron varios aspectos y circunstancias.

El cubano, por ignorancia o por lo que sea, ha sido un impresionista, por lo que sufrió un verdadero asombro en el año 1959, cuando triunfó la rebelión inventada por Fidel Castro. Fuimos engañados, sí, pero también nos engañamos a nosotros mismos: aceptamos las medias verdades que nos vendieron él y sus acólitos, y no vimos o no quisimos tomar en cuenta las mentiras que venían envueltas en papel de regalo. Fuimos “los crédulos de la aurora”, como dijera alguna vez Guillermo Cabrera Infante. Dejamos que el espejismo tomara fuerza; o peor, nos hicieron creer en el espejismo, en el que Alicia quedó fuera y nosotros metidos dentro del espejo, en una dimensión realmente atípica.

Las generaciones se fueron perdiendo una tras otra, aplastadas por la parte oscura de la fortísima generación triunfante. La generación que tomó el poder en Cuba se dividió (debido a otro de nuestros posibles atributos: la división y el caudillismo). El líder mayor se quedó en Cuba con el poder y la otra parte de la generación se marchó a Estados Unidos, España y otros lugares. Pero en Estados Unidos se hizo fuerte y se convirtió en una oposición tenaz al castrismo.

Las demás generaciones no pudimos hacer nada en la Isla. El líder y el proceso fueron reduciéndonos lentamente, envolviendo a la gente con hábiles mecanismos sociopolíticos, con promesas, tal como Hitler hizo con los alemanes, o Mussolini con los italianos, o Perón con los argentinos, o Lenin y Stalin con los rusos. Nos envolvieron con los mini-poderes de un carnicero (el único que puede repartir la carne en el barrio… cuando llega, naturalmente); el jefe de un almacén que tiene la potestad de distribuir artículos… si los hay; el jefe de cualquier cosa que no tienen los demás; o el portero de un restaurante, que decide cuántas personas van a comer allí y muchas veces quién entra y quién no. En fin, con los Comités de Defensa nos envolvieron en nuestro defecto de interesarnos en la vida ajena --metiches, como diría un mexicano--, y de aquí nos transformaron en vigilantes del otro; nos redujeron la sensibilidad de servir al prójimo y nos dieron la facultad de espiar a ese prójimo y, además, la oportunidad de burlarnos de ese prójimo que nos viene del choteo demasiado repetido, continuado, incesante; nos quitaron el respeto por la privacidad debido a nuestro propio sentido del relajo: “la vida es un relajo”, dirían. Y fuimos tan ligeros que por el juego del desdoblamiento lo permitimos todo y, lo peor, nos acostumbramos, y aun mucho peor, lo convertimos en parte de nuestra nueva cultura.

A partir de 1959 se fue creando, en realidad, una nueva cultura cubana que con el tiempo ha ido acorralando dentro de nosotros los valores que habíamos adquirido en nuestra historia social anterior, que hacían que nos creyéramos en plena cubanía. Pero la cubanía aquí se fue como un papalote al que se le partió el hilo. Se fue con nuestra mejor imaginación. En realidad, distorsionamos el mundo corpóreo porque nos vaciamos de imaginación. Nuestra culpa fue —por no superar el miedo— habernos dejado arrastrar al estercolero de la masividad, al insondable muladar de los círculos del infierno, al mismísimo ano del Hades.

Del libro en preparación 1959. Cuba: El ser diverso y la isla imaginada

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