google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Fascismo y comunismo: ¡Al ladrón! (I)

viernes, 22 de octubre de 2010

Fascismo y comunismo: ¡Al ladrón! (I)

por Roberto Álvarez Quiñones

El régimen de los hermanos Castro, y Hugo Chávez y sus acólitos, acostumbran a calificar de fascistas a quienes los critican y se pronuncian contra los regímenes dictatoriales y autoritarios. Esta práctica castro-chavista evoca la vieja táctica del caco que, huyendo de la policía a toda prisa, va gritando “¡Al ladrón, al ladrón…!” para escapar ileso.

Porque si alguien no debe acusar a nadie de fascista es precisamente un comunista. El socialismo marxista (comunismo) y el fascismo son hermanos siameses que se parecen tanto entre sí como dos gotas de agua. Lo que pasa aquí es que por razones ideológicas son poquísimos los historiadores y sociólogos que han comparado estas dos máximas expresiones del totalitarismo moderno.

La filósofa y politóloga alemana –de origen judío– Hannah Arendt sí hizo la comparación, y en Los orígenes del totalitarismo, publicado en 1951, mostró que estos dos experimentos sociales que vapulearon al siglo XX son hermanos gemelos.

Si nos remitimos a las enciclopedias y a los ensayos sobre el tema, el fascismo es una ideología política que plantea el colectivismo por encima del individualismo, coloca al Estado y la nación por encima de individuo, rechaza la “democracia burguesa”, el libre mercado, la competencia capitalista y suprime todos los partidos políticos excepto el fascista, encargado de construir una sociedad perfecta.

El partido y el gobierno fascistas exigen total obediencia a las masas, a las que adoctrinan para la formación de un “hombre nuevo” superior y sumiso que será el protagonista de la sociedad nueva que se construye. El Estado asume el control absoluto de los medios de comunicación, suprime la libertad de prensa y crea una gran maquinaria de propaganda que machaca la superioridad del fascismo y exalta al líder supremo, en el que se concentran todos los poderes del país, cual emperador romano.

A propósito, es importante destacar que al finalizar la Primera Guerra Mundial, aunque Italia fue uno de los aliados vencedores, no recibió mucho crédito por ello. Benito Mussolini exacerbó ese resentimiento italiano e impulsó un nacionalismo revanchista que canalizó en 1919 al crear los “Fasci Italiani di Combattimento”, grupos armados que en 1920 pasaron a ser el Partido Nacional Fascista de Italia. Mussolini soñaba con un renacimiento del Imperio Romano y se inspiraba en los antiguos césares. Por eso levantaba su brazo derecho para saludar, como en la Roma imperial. Hitler luego haría lo mismo.

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