google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Fidel Castro, el Tartufo impostor (VI)

jueves, 14 de octubre de 2010

Fidel Castro, el Tartufo impostor (VI)

por José Luis Sito

Castro encarnación de la “revolución”, Castro signo ostentatorio de la revolución, Castro portavoz y emisor del lenguaje revolucionario, Castro depositario de la marca “revolución”, de la mercancía “revolución”. Castro publicista revolucionario.

El espectáculo gigantesco de los años 60 con la puesta en escena de sus monólogos inagotables, verdaderos lavaderos de cerebro. Toda esa masa moldeable y maleable como el lenguaje, serviles espectadores obligatoriamente convocados a permanecer callados durante horas. Todo ese montaje espectacular servía a un evidente propósito: asentar un periodo fundacional.

La puesta en escena castrista en el primer decenio de su impostura apuntaba a una revalorización de Castro como Guía Supremo y Líder Máximo incontestable, y se propuso modificar a partir de un lenguaje inflado, populista y demagógico, la realidad del acontecimiento supuestamente revolucionario. Se alcanzó 1970 con una interpretación de lo real a partir del lenguaje, y lo real terminó por volverse una creación del lenguaje: la revolución existe, pero ya tan sólo es el efecto del lenguaje que la produce.

La sobreabundancia de los discursos martillados día y noche por el orador sofista en todos los medios y por todos los medios, durante todo un decenio, le procuraron el andamiaje simbólico, el poder simbólico, la dominación simbólica, el imaginario colectivo indispensable para fabricar su impostura.

Castro, en el mismo mes de marzo de 1952, denunciará el golpe de Fulgencio Batista en el tribunal de urgencia, pidiendo más de cien años de prisión para sus autores, y allí dirá lo siguiente: “…si en vez de revolución lo que hay es restauración, si en vez de progreso ¨retroceso¨, en vez de justicia y orden, ¨barbarie y fuerza bruta¨, si no hubo programa revolucionario, ni teoría revolucionaria, ni prédica revolucionaria que precedieran al golpe: politiqueros sin pueblo, en todo caso convertidos en asaltantes al poder”.

En efecto, si como en 1952 nunca hubo revolución en 1959, sino un vulgar golpe de Estado disfrazado de revolución, entonces Castro es un politiquero sin pueblo, un asaltante al poder como lo fue Batista. Y si analizamos el golpe de Castro, notamos que sólo se diferencia del golpe de Batista por algo muy preciso: la prédica revolucionaria. ¿No era vital diferenciarse de Batista para golpear a la república con tranquilidad? Una prédica revolucionaria que servirá para depositar la impostura en la memoria colectiva y permitir al impostor permanecer en el poder.

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