La persistente complacencia de los sectores más radicales de la “izquierda carnívora” –así llamada por Mario Vargas Llosa para diferenciarla de la “vegetariana” socialdemócrata-- con la dictadura castrista y su desprecio por el pueblo de Cuba y sus disidentes, tiene un sello ideológico tan desfasado como irracional.
Ella considera que el anticapitalismo de los hermanos Castro –que dentro de tres semanas cumplirán 52 años en el poder-- es suficiente para perdonarles, y quienes nos marchamos al exilio somos resentidos ingratos “que sangramos por la herida”.
Los hay de una ambiguedad bochornosa, como el presidente Lula da Silva de Brasil, quien se comporta como un demócrata dentro del territorio de su país, pero tan pronto pone un pie en el extranjero va a abrazarse con los Castro y a tomarse fotos con ellos desternillado de la risa. En la última ocasión, en los precisos momentos en que el mandatario brasileño se divertía con ambos tiranos, los cubanos sepultaban a un prisionero de conciencia, negro y pobre, que fue dejado morir en una huelga de hambre a la que tuvo que acudir para protestar por las palizas que le daban sus carceleros.
Pero no se trata de evaluar la actitud de Lula, sino de hurgar un poco en la corriente socializante que anida aún en las conciencias de una buena parte de la intelectualidad latinoamericana de izquierda, que aún sigue soñando con el socialismo y continúa sonriéndole a los Castro, aunque ya no tan públicamente. Es lo que hacen figuras tan conspicuas como el escritor Eduardo Galeano, o algunos diputados del Partido de la Revolución Democrática PRD de México, o del FMLN de El Salvador, etcétera.
Todo anhelo de justicia social es encomiable. Concuerdo también con rechazar el “capitalismo salvaje” que el ex presidente del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, denomina “exuberancia irracional de los mercados”, y que provocó la burbuja hipotecaria y bursátil causante de la crisis económica que aún padecemos.
La diferencia es que rechazo con más fuerza el socialismo (léase comunismo). Y no porque lo estudié o lo leí en algún libro, o por tozudez ideológica, sino porque viví 36 años en el comunismo y me consta que lejos de ser solución para los problemas socioeconómicos es los peor que le puede pasar a un país, en apretada competencia con el fascismo.
Si de modelos socioeconómicos se trata, sería mejor echarle un vistazo al escandinavo, el mismo que rechazaron Lenin y los bolcheviques en 1903, en un congreso en Londres en el que se separaron de los socialdemócratas moderados (mencheviques) encabezados por Julius Martov, ocasión en que se dividió en dos el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso.
Un siglo después el modelo marxista-bolchevique yace en su sepultura de las muralla del Kremlin y el menchevique goza de excelente salud en las naciones escandinavas, y también en otros países de Europa cuando son gobernados mucho tiempo por partidos socialdemócratas.
Llámese “Estado de Bienestar General” o “Capitalismo de Estado”, lo cierto es que los cinco países escandinavos (Suecia, Finlandia, Noruega, Dinamarca e Islandia) han alcanzado un alto nivel de desarrollo sin grandes contrastes sociales y económicos, algo inédito en el resto del mundo, con excepción de Suiza o Luxemburgo.
Pero ojo, ese modelo nórdico no es ni capitalismo salvaje, ni socialismo, ni una hibridación de ambos sistemas, como dicen algunos. Es un sistema capitalista químicamente puro que se caracteriza por tener un Estado grande y una extensa agenda social gracias a los elevados impuestos que recauda de los propios capitalistas. Así, sin renunciar al libre mercado y basado en la pluralidad de partidos políticos y el juego democrático --como le insistía el socialdemócrata alemán Ferdinand Lasalle a su amigo Carlos Marx, y por eso éste rompió dicha amistad--, ha echado raíces en Escandinavia desde la II Guerra Mundial.
Prisioneros de utopías
A decir verdad, no son nada científicas las posiciones inamovibles de la "izquierda dura" (castrista, guevarista, chavista, maoísta, etc). En realidad es prisionera de proyectos sociales idílicos, utopías que aunque ya se sabe son inviables continúan alimentando el sueño de muchos.
Es normal cuando no se tienen evidencias de cómo se comporta una teoría o proyecto social al ser llevado a la práctica. Durante milenios los seres humanos de buena voluntad han soñado con una sociedad perfecta. ¿Pero es el socialismo esa sociedad perfecta?
En América Latina encajaría esa ingenuidad “onírica” si todavía se pudiese pensar que el fracaso del socialismo real ocurrió en Europa y en Asia (China y Vietnam están desmontando el socialismo) debido a "errores" y "desviaciones" de sus dirigentes. Se comprendería si Latinoamérica fuera una doncella virginal que sigue soñando con su príncipe azul, en este caso encarnado por el proyecto social inventado por Marx hace 162 años.
Pero Latinoamérica ya no es virgen. Ahí está la Cuba socialista soltando los pedazos totalmente en ruinas, convertida según la ONU en el país más pobre de la región luego de Haití, con un régimen corrupto hasta la médula, y tan represor o más que cualquier gobierno fascista, y que únicamente sobrevive por los subsidios ($6,000 millones anuales) que le concede el morón de Hugo Chávez.
Semejante cataclismo en Cuba no fue causado por una “equivocada aplicación” de la doctrina marxista-leninista, sino porque, como en Europa y Asia, la práctica demostró que el socialismo no solo es inviable, sino inhumano. Durante el siglo XX le costó la vida, por hambre o ejecutados, a unos cien millones de terrícolas. Tanta sangre no se la imaginaron nunca los utopistas antecesores de Marx y Lenin, como Moro, Campanella, Fourier, Saint Simon, Owen, y otros.
O sea, en Latinoamérica el himen ideológico socialista pasó a mejor vida a fines de 1960, al iniciarse las nacionalizaciones en Cuba e instaurarse la “dictadura del proletariado” y el partido único poseedor de la verdad absoluta, que Marx juraba no existe.
¿Encontrarle algo positivo al castrismo? Lo único en 52 años fue la Campaña de Alfabetización en 1961 y las represas en los ríos. Porque la educación, la salud y el deporte andan ahora sumergidos en una crisis pavorosa. Y para alfabetizar y construir embalses no hacía falta un régimen comunista.
¿Qué de positivo tuvo Pol Pot?
¿Es razonable destacar algo positivo en medio del cataclismo provocado por la tiranía castrista? ¿Qué de positivo puede encontrarle un judío al nazifascismo, o un cambodiano a Pol Pot? Algo deben haber tenido pero, ¿vale la pena mencionarlo?
Aunque están saturados de propaganda castrista y verdades a medias recibidas de los corresponsales censurados en La Habana, los intelectuales de la izquierda radical latinoamericana debieran dar credibilidad al menos al hecho de que el 99% de los casi dos millones de cubanos que han tenido que abandonar la isla --y que le expropiaron todo lo que poseían por irse del país-- son categóricos en calificar de infierno al “paraíso socialista” isleño.
Pero, con honrosas excepciones, ni a Latinoamérica, ni a Europa, ni a la comunidad mundial les interesa mucho lo que ocurre en Cuba. Y lo que es peor, muchos cuando se interesan lo hacen para congraciarse con la dictadura, como el gobierno de España. Lo cierto es que los cubanos nos sentimos solos. Tanto como los 16 millones de kurdos que viven en pedazos de Turquía, Iraq, Siria, e Irán, soñando siempre con su Kurdistán perdido, y sin que nadie se acuerde de ellos.
Con el ejemplo de Cuba destrozada a la vista se hace difícil comprender cómo tanta gente es incapaz de percatarse del fracaso del experimento socialista, y de que los hermanos Castro son los peores tiranos que ha sufrido América Latina.
Ella considera que el anticapitalismo de los hermanos Castro –que dentro de tres semanas cumplirán 52 años en el poder-- es suficiente para perdonarles, y quienes nos marchamos al exilio somos resentidos ingratos “que sangramos por la herida”.
Los hay de una ambiguedad bochornosa, como el presidente Lula da Silva de Brasil, quien se comporta como un demócrata dentro del territorio de su país, pero tan pronto pone un pie en el extranjero va a abrazarse con los Castro y a tomarse fotos con ellos desternillado de la risa. En la última ocasión, en los precisos momentos en que el mandatario brasileño se divertía con ambos tiranos, los cubanos sepultaban a un prisionero de conciencia, negro y pobre, que fue dejado morir en una huelga de hambre a la que tuvo que acudir para protestar por las palizas que le daban sus carceleros.
Pero no se trata de evaluar la actitud de Lula, sino de hurgar un poco en la corriente socializante que anida aún en las conciencias de una buena parte de la intelectualidad latinoamericana de izquierda, que aún sigue soñando con el socialismo y continúa sonriéndole a los Castro, aunque ya no tan públicamente. Es lo que hacen figuras tan conspicuas como el escritor Eduardo Galeano, o algunos diputados del Partido de la Revolución Democrática PRD de México, o del FMLN de El Salvador, etcétera.
Todo anhelo de justicia social es encomiable. Concuerdo también con rechazar el “capitalismo salvaje” que el ex presidente del Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, denomina “exuberancia irracional de los mercados”, y que provocó la burbuja hipotecaria y bursátil causante de la crisis económica que aún padecemos.
La diferencia es que rechazo con más fuerza el socialismo (léase comunismo). Y no porque lo estudié o lo leí en algún libro, o por tozudez ideológica, sino porque viví 36 años en el comunismo y me consta que lejos de ser solución para los problemas socioeconómicos es los peor que le puede pasar a un país, en apretada competencia con el fascismo.
Si de modelos socioeconómicos se trata, sería mejor echarle un vistazo al escandinavo, el mismo que rechazaron Lenin y los bolcheviques en 1903, en un congreso en Londres en el que se separaron de los socialdemócratas moderados (mencheviques) encabezados por Julius Martov, ocasión en que se dividió en dos el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso.
Un siglo después el modelo marxista-bolchevique yace en su sepultura de las muralla del Kremlin y el menchevique goza de excelente salud en las naciones escandinavas, y también en otros países de Europa cuando son gobernados mucho tiempo por partidos socialdemócratas.
Llámese “Estado de Bienestar General” o “Capitalismo de Estado”, lo cierto es que los cinco países escandinavos (Suecia, Finlandia, Noruega, Dinamarca e Islandia) han alcanzado un alto nivel de desarrollo sin grandes contrastes sociales y económicos, algo inédito en el resto del mundo, con excepción de Suiza o Luxemburgo.
Pero ojo, ese modelo nórdico no es ni capitalismo salvaje, ni socialismo, ni una hibridación de ambos sistemas, como dicen algunos. Es un sistema capitalista químicamente puro que se caracteriza por tener un Estado grande y una extensa agenda social gracias a los elevados impuestos que recauda de los propios capitalistas. Así, sin renunciar al libre mercado y basado en la pluralidad de partidos políticos y el juego democrático --como le insistía el socialdemócrata alemán Ferdinand Lasalle a su amigo Carlos Marx, y por eso éste rompió dicha amistad--, ha echado raíces en Escandinavia desde la II Guerra Mundial.
Prisioneros de utopías
A decir verdad, no son nada científicas las posiciones inamovibles de la "izquierda dura" (castrista, guevarista, chavista, maoísta, etc). En realidad es prisionera de proyectos sociales idílicos, utopías que aunque ya se sabe son inviables continúan alimentando el sueño de muchos.
Es normal cuando no se tienen evidencias de cómo se comporta una teoría o proyecto social al ser llevado a la práctica. Durante milenios los seres humanos de buena voluntad han soñado con una sociedad perfecta. ¿Pero es el socialismo esa sociedad perfecta?
En América Latina encajaría esa ingenuidad “onírica” si todavía se pudiese pensar que el fracaso del socialismo real ocurrió en Europa y en Asia (China y Vietnam están desmontando el socialismo) debido a "errores" y "desviaciones" de sus dirigentes. Se comprendería si Latinoamérica fuera una doncella virginal que sigue soñando con su príncipe azul, en este caso encarnado por el proyecto social inventado por Marx hace 162 años.
Pero Latinoamérica ya no es virgen. Ahí está la Cuba socialista soltando los pedazos totalmente en ruinas, convertida según la ONU en el país más pobre de la región luego de Haití, con un régimen corrupto hasta la médula, y tan represor o más que cualquier gobierno fascista, y que únicamente sobrevive por los subsidios ($6,000 millones anuales) que le concede el morón de Hugo Chávez.
Semejante cataclismo en Cuba no fue causado por una “equivocada aplicación” de la doctrina marxista-leninista, sino porque, como en Europa y Asia, la práctica demostró que el socialismo no solo es inviable, sino inhumano. Durante el siglo XX le costó la vida, por hambre o ejecutados, a unos cien millones de terrícolas. Tanta sangre no se la imaginaron nunca los utopistas antecesores de Marx y Lenin, como Moro, Campanella, Fourier, Saint Simon, Owen, y otros.
O sea, en Latinoamérica el himen ideológico socialista pasó a mejor vida a fines de 1960, al iniciarse las nacionalizaciones en Cuba e instaurarse la “dictadura del proletariado” y el partido único poseedor de la verdad absoluta, que Marx juraba no existe.
¿Encontrarle algo positivo al castrismo? Lo único en 52 años fue la Campaña de Alfabetización en 1961 y las represas en los ríos. Porque la educación, la salud y el deporte andan ahora sumergidos en una crisis pavorosa. Y para alfabetizar y construir embalses no hacía falta un régimen comunista.
¿Qué de positivo tuvo Pol Pot?
¿Es razonable destacar algo positivo en medio del cataclismo provocado por la tiranía castrista? ¿Qué de positivo puede encontrarle un judío al nazifascismo, o un cambodiano a Pol Pot? Algo deben haber tenido pero, ¿vale la pena mencionarlo?
Aunque están saturados de propaganda castrista y verdades a medias recibidas de los corresponsales censurados en La Habana, los intelectuales de la izquierda radical latinoamericana debieran dar credibilidad al menos al hecho de que el 99% de los casi dos millones de cubanos que han tenido que abandonar la isla --y que le expropiaron todo lo que poseían por irse del país-- son categóricos en calificar de infierno al “paraíso socialista” isleño.
Pero, con honrosas excepciones, ni a Latinoamérica, ni a Europa, ni a la comunidad mundial les interesa mucho lo que ocurre en Cuba. Y lo que es peor, muchos cuando se interesan lo hacen para congraciarse con la dictadura, como el gobierno de España. Lo cierto es que los cubanos nos sentimos solos. Tanto como los 16 millones de kurdos que viven en pedazos de Turquía, Iraq, Siria, e Irán, soñando siempre con su Kurdistán perdido, y sin que nadie se acuerde de ellos.
Con el ejemplo de Cuba destrozada a la vista se hace difícil comprender cómo tanta gente es incapaz de percatarse del fracaso del experimento socialista, y de que los hermanos Castro son los peores tiranos que ha sufrido América Latina.