Alguien me preguntó por qué si he leído infatigablemente a Lezama no me considero un especialista de su obra. Los especialistas –respondí-- no profundizan en el mensaje, en la visión del sujeto, en la psicología del impulso, sino en los detalles de la obra. Se convierten en eruditos, en exegetas y epígonos del labrador. Una especie de contexto metafórico irrelevante. Vienen a contextualizar la obra para hallar cierta estética, cierta belleza en la escritura. Por eso Lezama se conoce por los detalles y no por el mensaje.
El mundo ha perdido el mensaje poético de Lezama. Lezama es la recepción conceptual del mundo poético: una síntesis no antes señalada entre el esfuerzo de la memoria cultural y la lejanía del eros. Una embestida tenaz contra su propio ego, el de conocer los detalles. Lezama tiende un mensaje poético a la humanidad. Y a cien años de su natalicio el mensaje es virgen. Nadie lo ha descubierto. Si Martí dice patria es humanidad, Lezama abre el diapasón y afirma poesía es humanidad. Patria implica conocernos como identidad histórica, como sujeto histórico, una revelación moderna, subjetiva del mundo; poesía es conocernos como transcurso. El dragón afirma sus garras. Una contraposición anhelada desde el principio, desde la eternidad. Lezama es un médium de ese mundo poético manifestado, de esa tradición perenne de poetas en actos, pero como culminación intelectual. Nada le pertenece, solo los detalles. Ese es el mensaje: un mensajero que a través de la realidad conceptual de la poesía, de la verdad, nos revela un sueño.
Lezama soñó con el advenimiento del poeta en actos, pero no fue capaz de mostrárnoslo. Quedó soterrado en el inconsciente, en las imágenes: si este poeta no aparece como realidad, la humanidad se hallará en el más rotundo fracaso. De hecho se ha hallado, porque el poeta solo ha sido en versos.
Existen dos tradiciones de poetas: yo, que no lo soy, el mundo que lo es. Entonces, si de estética se trata, no es necesario mirar los detalles, el quehacer de la vida de Fronesis, Foción y Cemí, por ejemplo. Son arquetipos freudianos, sueños. No son tan importantes para encontrar el mensaje oculto de la expresión lezamiana. Paradiso dice en la página 213: “la muerte de tu padre, pudo atolondrarme y destruirme, en el sentido de que me quedé sin respuesta para el resto de mi vida…”. Ahí está el mensaje esencial de una obra poco comprendida: la muerte subraya lo divino. Fronesis en boca del escritor, de Lezama, se opone a Nietzsche, a la visión, al mensaje, a la transmutación de los valores, pero al mismo tiempo lo retiene como tesoro; una alquimia frustrante: una especie de Idamanda, de poeta desnuda frente al mar. Celebrando, pero cayendo en la cuenta. Nada más arborescente que el peso del pasado.
Esa es la paradoja lezamiana. Impone un desacierto definitivo contra lo natural, porque quiere transgredir la simpatía de la vida, una vocación medrosa y antitética. Se trata de mirar de cerca al escritor, al constructor y fabulador. El mensaje no está en la obra, sino en el impulso de la razón de quien construye la sinrazón, el goce de estar mirando la construcción. Toda estética radica en ese potencial inadvertido, esa mentira disfrazada vampiresamente.
Pero hay una cualidad en el inventor, en el fabulador, en que la mentira es artífice por un momento de la verdad, del mensaje, de la pulsión engendradora. El artífice es tan mentiroso como verdadero. Lezama es el último reducto de la modernidad, de lo que somos como sujeto literario. El empuje Online da una prueba desconcertante de que el poeta en versos ha llegado a la plenitud, ha perdido la filiación amable. La rapidez del mundo impone un gesto, la mirada feroz ante el águila que nos consume.
El mundo ha perdido el mensaje poético de Lezama. Lezama es la recepción conceptual del mundo poético: una síntesis no antes señalada entre el esfuerzo de la memoria cultural y la lejanía del eros. Una embestida tenaz contra su propio ego, el de conocer los detalles. Lezama tiende un mensaje poético a la humanidad. Y a cien años de su natalicio el mensaje es virgen. Nadie lo ha descubierto. Si Martí dice patria es humanidad, Lezama abre el diapasón y afirma poesía es humanidad. Patria implica conocernos como identidad histórica, como sujeto histórico, una revelación moderna, subjetiva del mundo; poesía es conocernos como transcurso. El dragón afirma sus garras. Una contraposición anhelada desde el principio, desde la eternidad. Lezama es un médium de ese mundo poético manifestado, de esa tradición perenne de poetas en actos, pero como culminación intelectual. Nada le pertenece, solo los detalles. Ese es el mensaje: un mensajero que a través de la realidad conceptual de la poesía, de la verdad, nos revela un sueño.
Lezama soñó con el advenimiento del poeta en actos, pero no fue capaz de mostrárnoslo. Quedó soterrado en el inconsciente, en las imágenes: si este poeta no aparece como realidad, la humanidad se hallará en el más rotundo fracaso. De hecho se ha hallado, porque el poeta solo ha sido en versos.
Existen dos tradiciones de poetas: yo, que no lo soy, el mundo que lo es. Entonces, si de estética se trata, no es necesario mirar los detalles, el quehacer de la vida de Fronesis, Foción y Cemí, por ejemplo. Son arquetipos freudianos, sueños. No son tan importantes para encontrar el mensaje oculto de la expresión lezamiana. Paradiso dice en la página 213: “la muerte de tu padre, pudo atolondrarme y destruirme, en el sentido de que me quedé sin respuesta para el resto de mi vida…”. Ahí está el mensaje esencial de una obra poco comprendida: la muerte subraya lo divino. Fronesis en boca del escritor, de Lezama, se opone a Nietzsche, a la visión, al mensaje, a la transmutación de los valores, pero al mismo tiempo lo retiene como tesoro; una alquimia frustrante: una especie de Idamanda, de poeta desnuda frente al mar. Celebrando, pero cayendo en la cuenta. Nada más arborescente que el peso del pasado.
Esa es la paradoja lezamiana. Impone un desacierto definitivo contra lo natural, porque quiere transgredir la simpatía de la vida, una vocación medrosa y antitética. Se trata de mirar de cerca al escritor, al constructor y fabulador. El mensaje no está en la obra, sino en el impulso de la razón de quien construye la sinrazón, el goce de estar mirando la construcción. Toda estética radica en ese potencial inadvertido, esa mentira disfrazada vampiresamente.
Pero hay una cualidad en el inventor, en el fabulador, en que la mentira es artífice por un momento de la verdad, del mensaje, de la pulsión engendradora. El artífice es tan mentiroso como verdadero. Lezama es el último reducto de la modernidad, de lo que somos como sujeto literario. El empuje Online da una prueba desconcertante de que el poeta en versos ha llegado a la plenitud, ha perdido la filiación amable. La rapidez del mundo impone un gesto, la mirada feroz ante el águila que nos consume.