Las alusiones que contradicen algunos puntos de vista de que la Historia tiene una verdad que mostrar, son interesantes. Hallo razón en los que afirman que la Historia es un juego relativo de la mente humana, más si partimos de la inquebrantable pluralidad de pensamientos que los designan. Ahora bien, nadie duda que el debate acerca de la “Historia y su verdad” en breves instantes se convierta en historia misma, en pasado; pero aun así, en el orden de las ideas, en el debate público, sostengo rotundamente que el pasado no es “verdad”.
Las ideas que hemos ido tejiendo en torno a un tema, como el de la Historia y la verdad, pertenecen a los múltiples espejismos del llamado pensamiento plural. Lo que se dice al respecto constituye una manera de proyectar el ego; son hábitos, rancio mecanicismo y habilidad a la hora de referirnos al tema de la Historia. No es la verdad en sí el postulado inicial del historiador. Es la “verdad” del pasado moviéndose en forma de monólogo interior. Y todos los que hemos intervenido en este asunto, el debate, estamos haciendo lo mismo. Uno mejor articulado que otro, pero hacemos lo mismo: reproducimos inconscientemente hábitos conceptuales adquiridos del pasado.
Cuando Jesús se ajustó al “silencio” estaba negando esa suerte de pluralidad de pensamiento. Estaba reafirmando “su verdad”, no la verdad del pasado. Estaba diciendo que el pasado no existía. Señalaba con ese “silencio” que el espejo del pasado sólo proyectaba, en el presente, cosas inverosímiles.
Contaré la siguiente historia para ejemplificar las ideas anteriores. Sucedió con uno de los pensadores más agudos de la primera mitad del siglo XX, el ruso P. Ouspensky. Escribió en 1911 uno de esos libros que marcan un hito en la historia del pensamiento. Con Tertium Organum, el tercer canon del pensamiento y una llave para los enigmas del mundo, Ouspensky se propuso definir un sistema de lógica superior al Organon de Aristóteles y al Novum Organum de Bacon. ¡Es un libro genial! Si se lee hasta el final nos damos cuenta de la pluralidad del pensamiento, de las múltiples verdades. Escrito bajo una prosa magistral, donde no hay una palabra ni un concepto que sobren, es una prueba práctica de enseñanzas gramaticales. Matemáticamente hablando, es un libro exacto, más lógico que la lógica en lo que al verdadero sentido de las medidas y los conceptos se refiere. Es un libro de infinitas posibilidades, rico en erudición y en pensamiento. Confieso que no he leído un libro más exacto; coherente, lógico, en fin, sabio.
Pues bien, Ouspensky, quien gozaba de un ego intelectual imponente, se lo llevó a leer a un desconocido y raro hombre en 1915, al místico George Gurjdieff. Cuenta el propio Ouspensky en otro de sus geniales libros, En busca de lo milagroso, que Gurjdieff, tras leerlo, le dijo: “Por favor, ven y toma este papel en blanco y trata de escribir todo lo que recuerdes conceptualmente del libro”. Ouspensky se sentó confiado y a medida que recordaba un concepto, por ejemplo, la metafísica, le surgía un malestar. Comenzaba a sentirse frustrado. Respecto a los conceptos se preguntaba: ¿lo sé o no lo sé? Entonces dudaba y se abstenía de escribir el concepto recordado. A pesar de todo lo sucedido, de la falta de voluntad de plasmar en el papel cada concepto, siguió adelante y fue cuando llegó a memorizar el concepto “Historia”. Pero sus manos comenzaron a temblar; ni siquiera pudo poner las manos sobre el papel. Finalmente, atolondrado, asustado, dio un paso más; recordó el concepto “verdad”, al que más fuerza intelectual dedicó en el libro. Pero fue demasiado para él; de súbito se paró de aquella silla y le entregó a Gurjdieff el papel en blanco. Dijo: “Aunque puedo recordar, no sé por qué no puedo escribir algunos de los principales conceptos que desarrollé en el libro”. “Ahora me doy cuenta --afirmó categóricamente Ouspensky--, nunca tuve un vislumbre de atención en lo que escribía; todos esos conceptos los recogí, sin ninguna consideración crítica, mecánicamente, de otros autores, en otros libros, en Kant, en Hegel, en Husserl. Sólo veo claramente que desarrollé lo que puede ser mío, un discurso lógico, la habilidad de expresarme lógicamente sobre esos conceptos. Pero esos conceptos no me pertenecen. El concepto de “historia” y de la “verdad” no son mis experiencias”. Esta ha sido una de las más honestas apreciaciones de un intelectual de talla mundial, como Ouspensky.
Lo mismo sucede con nosotros los historiadores. Hacemos lo mismo. Somos deshonestos. Nuestro conocimiento es sólo de expresión, de lógica gramatical. Nuestra atención es mínima respecto a los conceptos manejados. Hoy se pone de moda un concepto y mañana otro. Cuando Braudel expuso su metodología histórica de la corta, mediana y larga duración en Francia, todos los historiadores en ese momento lo asumieron como verdad. Después, al cabo de un par de décadas, esa verdad pasó a un segundo plano y la “historia de mentalidades” se impuso como la nueva verdad. Para refutar la idea de que “la historia no tiene que demostrar ninguna verdad”, los historiadores aducen otra expresión lógica, diferente a la que se expresó, de que “la historia disciplinaria expone e interpreta con la seriedad del historiador y con su ideología su visión honesta de la verdad sin ambición categórica”. Pero ambos principios de expresión lógica están en el mismo barco: en el de la relatividad histórica, en el de la relatividad de la expresión.
Si analizamos cada expresión narrativa del texto de cualquier gran historiador, por ejemplo, H. G. Wells, nos encontramos con la verdad no de la verdad histórica, sino de la expresión, con la verdad de la lógica expositiva. “La historia disciplinaria expone…”. No, la Historia no expone nada; la Historia es un suceso alimentado por la expresividad metodológica y teórica del historiador. Sucedió con uno de los más grandes exponentes de la historiografía mundial, el polaco Wiltod Kula. Cuando escribía el libro Las medidas y los hombres, canon de la historiografía social y de las mentalidades, se sintió opacado por un hecho primordial: ¿cómo puede ser verdad la implantación de un sistema de medida moderno a raíz de la Revolución Francesa si las reminiscencias feudales de las pesas y medidas antiguas vivían aún con fuerza en la mentalidad colectiva de la nación? ¿Qué verdad podía resultar para el engendro del sistema de medida métrico moderno? Kula se daba cuenta de algo primordial: a los hombres le suceden las cosas, no actúan. La Historia es un suceso mecánico forjado por hábitos sociales consumados.
Hoy la “memética”, ciencia en ciernes, trata de explicar este fenómeno desde un punto de vista naturalista, darwinista, y acude lamentablemente a una verdad: la historia es un epifenómeno de expresividad, lenguaje y lógica gramatical. Por ahí es donde se desarrollan los canales vivientes de la infección del “menen”, de la conducta, los hábitos, el mecanicismo de acción del hombre y los historiadores.
Me resulta aleccionador un poema de Lezama Lima en Fragmentos a su imán, El pabellón del vacío. Lezama pasó más de treinta años trabajando en un sistema poético del mundo, que no era más que un sistema lógico, categorial, para comprender la esencia de la poesía. Lezama era un buscador incesante de la verdad poética y su lectura es impresionante; su erudición, fascinante. Pudo a través de esa memoria acumular tanto como le fue posible para estructurar ese sistema de conocimiento poético, para llegar a conocer la verdad. Pero este poema, El pabellón del vacío, lo desmiente todo. Lezama llegó a experimentar en sus últimos días que todos esos conocimientos acumulados, toda esa enorme erudición cultivada, no lo había llevado a encontrar ninguna verdad. A mi modo de ver, este poema ha sido mal interpretado por la crítica literaria, especialmente por Cintio Vitier. Este poema es una prueba de que el conocimiento no llena ninguna verdad.
Para conocer la verdad tenemos que desaparecer, acabar con el conocimiento adquirido desde el pasado, morir ante las ideas de las “eras imaginarias”, del sistema, del imago. Hay que reducirse al máximo para enterrar el ego en un “hoyo en la pared”. Es una de las metáforas más bellas que haya pronunciado un poeta cubano. Para Lezama, habrá que dejar de conocer, de adquirir conocimientos, de adjudicarnos conceptos, para encontrar entonces la “verdad”. La propuesta final de Lezama es: tienes que estar vacío para hacerte con la “verdad”. Es el único modo de conocerla. Y eso mismo fue lo que le dijo Gurjdieff a Ouspensky. Entonces comenzó una nueva búsqueda.
Los historiadores necesitamos de una nueva búsqueda. No de una asentada sobre la lógica expresiva o el conocimiento acumulado, sino sobre la experiencia histórica del ser. Los historiadores somos, a lo sumo, “egohistoriadores”. La Historia tiene que ser aún más existencial. El historiador necesita una técnica, un nuevo método para cambiar la mentalidad del conocimiento histórico.
Las ideas que hemos ido tejiendo en torno a un tema, como el de la Historia y la verdad, pertenecen a los múltiples espejismos del llamado pensamiento plural. Lo que se dice al respecto constituye una manera de proyectar el ego; son hábitos, rancio mecanicismo y habilidad a la hora de referirnos al tema de la Historia. No es la verdad en sí el postulado inicial del historiador. Es la “verdad” del pasado moviéndose en forma de monólogo interior. Y todos los que hemos intervenido en este asunto, el debate, estamos haciendo lo mismo. Uno mejor articulado que otro, pero hacemos lo mismo: reproducimos inconscientemente hábitos conceptuales adquiridos del pasado.
Cuando Jesús se ajustó al “silencio” estaba negando esa suerte de pluralidad de pensamiento. Estaba reafirmando “su verdad”, no la verdad del pasado. Estaba diciendo que el pasado no existía. Señalaba con ese “silencio” que el espejo del pasado sólo proyectaba, en el presente, cosas inverosímiles.
Contaré la siguiente historia para ejemplificar las ideas anteriores. Sucedió con uno de los pensadores más agudos de la primera mitad del siglo XX, el ruso P. Ouspensky. Escribió en 1911 uno de esos libros que marcan un hito en la historia del pensamiento. Con Tertium Organum, el tercer canon del pensamiento y una llave para los enigmas del mundo, Ouspensky se propuso definir un sistema de lógica superior al Organon de Aristóteles y al Novum Organum de Bacon. ¡Es un libro genial! Si se lee hasta el final nos damos cuenta de la pluralidad del pensamiento, de las múltiples verdades. Escrito bajo una prosa magistral, donde no hay una palabra ni un concepto que sobren, es una prueba práctica de enseñanzas gramaticales. Matemáticamente hablando, es un libro exacto, más lógico que la lógica en lo que al verdadero sentido de las medidas y los conceptos se refiere. Es un libro de infinitas posibilidades, rico en erudición y en pensamiento. Confieso que no he leído un libro más exacto; coherente, lógico, en fin, sabio.
Pues bien, Ouspensky, quien gozaba de un ego intelectual imponente, se lo llevó a leer a un desconocido y raro hombre en 1915, al místico George Gurjdieff. Cuenta el propio Ouspensky en otro de sus geniales libros, En busca de lo milagroso, que Gurjdieff, tras leerlo, le dijo: “Por favor, ven y toma este papel en blanco y trata de escribir todo lo que recuerdes conceptualmente del libro”. Ouspensky se sentó confiado y a medida que recordaba un concepto, por ejemplo, la metafísica, le surgía un malestar. Comenzaba a sentirse frustrado. Respecto a los conceptos se preguntaba: ¿lo sé o no lo sé? Entonces dudaba y se abstenía de escribir el concepto recordado. A pesar de todo lo sucedido, de la falta de voluntad de plasmar en el papel cada concepto, siguió adelante y fue cuando llegó a memorizar el concepto “Historia”. Pero sus manos comenzaron a temblar; ni siquiera pudo poner las manos sobre el papel. Finalmente, atolondrado, asustado, dio un paso más; recordó el concepto “verdad”, al que más fuerza intelectual dedicó en el libro. Pero fue demasiado para él; de súbito se paró de aquella silla y le entregó a Gurjdieff el papel en blanco. Dijo: “Aunque puedo recordar, no sé por qué no puedo escribir algunos de los principales conceptos que desarrollé en el libro”. “Ahora me doy cuenta --afirmó categóricamente Ouspensky--, nunca tuve un vislumbre de atención en lo que escribía; todos esos conceptos los recogí, sin ninguna consideración crítica, mecánicamente, de otros autores, en otros libros, en Kant, en Hegel, en Husserl. Sólo veo claramente que desarrollé lo que puede ser mío, un discurso lógico, la habilidad de expresarme lógicamente sobre esos conceptos. Pero esos conceptos no me pertenecen. El concepto de “historia” y de la “verdad” no son mis experiencias”. Esta ha sido una de las más honestas apreciaciones de un intelectual de talla mundial, como Ouspensky.
Lo mismo sucede con nosotros los historiadores. Hacemos lo mismo. Somos deshonestos. Nuestro conocimiento es sólo de expresión, de lógica gramatical. Nuestra atención es mínima respecto a los conceptos manejados. Hoy se pone de moda un concepto y mañana otro. Cuando Braudel expuso su metodología histórica de la corta, mediana y larga duración en Francia, todos los historiadores en ese momento lo asumieron como verdad. Después, al cabo de un par de décadas, esa verdad pasó a un segundo plano y la “historia de mentalidades” se impuso como la nueva verdad. Para refutar la idea de que “la historia no tiene que demostrar ninguna verdad”, los historiadores aducen otra expresión lógica, diferente a la que se expresó, de que “la historia disciplinaria expone e interpreta con la seriedad del historiador y con su ideología su visión honesta de la verdad sin ambición categórica”. Pero ambos principios de expresión lógica están en el mismo barco: en el de la relatividad histórica, en el de la relatividad de la expresión.
Si analizamos cada expresión narrativa del texto de cualquier gran historiador, por ejemplo, H. G. Wells, nos encontramos con la verdad no de la verdad histórica, sino de la expresión, con la verdad de la lógica expositiva. “La historia disciplinaria expone…”. No, la Historia no expone nada; la Historia es un suceso alimentado por la expresividad metodológica y teórica del historiador. Sucedió con uno de los más grandes exponentes de la historiografía mundial, el polaco Wiltod Kula. Cuando escribía el libro Las medidas y los hombres, canon de la historiografía social y de las mentalidades, se sintió opacado por un hecho primordial: ¿cómo puede ser verdad la implantación de un sistema de medida moderno a raíz de la Revolución Francesa si las reminiscencias feudales de las pesas y medidas antiguas vivían aún con fuerza en la mentalidad colectiva de la nación? ¿Qué verdad podía resultar para el engendro del sistema de medida métrico moderno? Kula se daba cuenta de algo primordial: a los hombres le suceden las cosas, no actúan. La Historia es un suceso mecánico forjado por hábitos sociales consumados.
Hoy la “memética”, ciencia en ciernes, trata de explicar este fenómeno desde un punto de vista naturalista, darwinista, y acude lamentablemente a una verdad: la historia es un epifenómeno de expresividad, lenguaje y lógica gramatical. Por ahí es donde se desarrollan los canales vivientes de la infección del “menen”, de la conducta, los hábitos, el mecanicismo de acción del hombre y los historiadores.
Me resulta aleccionador un poema de Lezama Lima en Fragmentos a su imán, El pabellón del vacío. Lezama pasó más de treinta años trabajando en un sistema poético del mundo, que no era más que un sistema lógico, categorial, para comprender la esencia de la poesía. Lezama era un buscador incesante de la verdad poética y su lectura es impresionante; su erudición, fascinante. Pudo a través de esa memoria acumular tanto como le fue posible para estructurar ese sistema de conocimiento poético, para llegar a conocer la verdad. Pero este poema, El pabellón del vacío, lo desmiente todo. Lezama llegó a experimentar en sus últimos días que todos esos conocimientos acumulados, toda esa enorme erudición cultivada, no lo había llevado a encontrar ninguna verdad. A mi modo de ver, este poema ha sido mal interpretado por la crítica literaria, especialmente por Cintio Vitier. Este poema es una prueba de que el conocimiento no llena ninguna verdad.
Para conocer la verdad tenemos que desaparecer, acabar con el conocimiento adquirido desde el pasado, morir ante las ideas de las “eras imaginarias”, del sistema, del imago. Hay que reducirse al máximo para enterrar el ego en un “hoyo en la pared”. Es una de las metáforas más bellas que haya pronunciado un poeta cubano. Para Lezama, habrá que dejar de conocer, de adquirir conocimientos, de adjudicarnos conceptos, para encontrar entonces la “verdad”. La propuesta final de Lezama es: tienes que estar vacío para hacerte con la “verdad”. Es el único modo de conocerla. Y eso mismo fue lo que le dijo Gurjdieff a Ouspensky. Entonces comenzó una nueva búsqueda.
Los historiadores necesitamos de una nueva búsqueda. No de una asentada sobre la lógica expresiva o el conocimiento acumulado, sino sobre la experiencia histórica del ser. Los historiadores somos, a lo sumo, “egohistoriadores”. La Historia tiene que ser aún más existencial. El historiador necesita una técnica, un nuevo método para cambiar la mentalidad del conocimiento histórico.