google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: José Martí y la conciencia universal (I)

jueves, 27 de enero de 2011

José Martí y la conciencia universal (I)

por Ángel Velázquez Callejas

He venido diciendo en textos anteriores que José Martí aspiraba a algo más que política, es decir, no sólo a la creación de un Gobierno y una República “con todos y para el bien de todos”. Aspiraba además a la liberación total del individuo. Apostaba por el estado de la dicha, hervidero majestuoso y espacio donde florece la fragua del amor. ¿Es posible juntar ambas concesiones en una misma persona?

¿Cómo este hombre puede adoptar dos formas, dos aptitudes para con la vida contrapuestos entre sí, política vs dicha? ¿Se puede ser un político dichoso? Todo es muy paradójico, muy extraño. Nunca un político puede llegar a la dicha; se necesita de la muerte del político. La dicha es tan espaciosa que la política no puede llenarla. La política es tan diminuta que ocupa una milésima parte de la dimensión de la dicha. ¡Dicha grande! Y muerte a la política.

Pero Martí nos confunde en muchos aspectos de su vida y por eso es dable asumirlo como el político que fue. Lo político está tan evidente, tan a flor de piel, es tan contemporáneo a su quehacer, que su obra ha sido entendida desde la política, desde la ética y la moral revolucionaria. Esa parte es la que más asidero acarrea: lo hemos asumido como el constructor de una ética revolucionaria. Y es que un político determina la acción contra cualquier plenitud, sea dichosa y compasiva. El político echa raíces en el ego, profundiza las actitudes en el centro personal del “yo soy”, mientras que el dichoso abandona lo terrenal, renuncia al “soy” para florecer en el espacio del disfrute poético. Martí lleva la semilla compartida: la frustración de la política y el empuje de la acción poética. Enviaba un mensaje a la Cuba futura: una visión hedónica del hombre, del placer por la vida, por el sentido cumbre de la vida para desembocar en los medios de comunicación social de Cuba la reconstitución de los espacios poéticos del hombre.

Al parecer, Martí erró el camino que intentaba desbrozar al poner el mayor esfuerzo en la política, en la independencia de Cuba de España, y descuidó, a falta de apoyos, la idea que se proponía. En algún momento de finales de 1894 deja entrever signos de frustración al no contar con el terreno idóneo para echar andar simultáneamente lo que esperaba: batir en una especie de contrapunto la “voluntad de hacer” con la “voluntad de la entrega”. La política se debía entregar a la poesía. El más fino, el de mayor talento, Lezama Lima, quien fuera más propenso y dado a lo estético que a lo ético, no claudicó enteramente ante la poesía. Nunca llegó a ser un “poeta en actos”. Todavía Cuba espera de esa entrega del poeta en actos, de la “dicha” a la que aspiraba Martí. Y ese ha sido el problema cardinal del nacionalismo cubano, que adolece de una “entrega”. Se resiste a entregarse.

Martí trabajó sobre este ángulo de la vida de un modo sutil, con sumo cuidado, a tal punto que su obra esconde el secreto. Parece que no confió en mucha gente no por falta de valor, de fuerza y de ética, sino por el nivel de incapacidad general para entender lo que se proponía en ese plano. Desde luego, pocos supieron acerca del proyecto, de la iniciación a la entrada del poeta en actos. Después de muerto Martí, los poetas siguieron siendo poetas, simples poetas, poetas en versos. Intento reconstruir en lo que sigue el modo como Martí preparaba la entrega de Cuba a la “poesía en actos”, punto que ya venía tratando años atrás. “Es hora de volver a la semilla”.

Martí decía que el método positivista “es permanente en la historia del hombre. Lo único que varía, y le da aire de novedad cada vez que aparece, es el mayor saber acumulado en el tiempo”. (O. C. t.19, p. 368) Lo espiritual, a diferencia de lo positivo, no acumula saber temporal, y no permite que aparezca en él la presencia de la erudición como conocimiento. Lo espiritual no procede en el tiempo y el espacio, sino en la eternidad, en cuya ausencia de yo aparece el ser testigo, el “vigilante que en sí mismo lleva” el hombre (Versos libres, poema Medianoche, t. 18, p. 158). El estar despierto, el estar en plena libertad del “consejero íntimo” del que habla el Apóstol en los Fragmentos (O.C. t. 22. p. 311) como ser conocedor de una realidad tal y como es, y que revela la verdadera identidad del hombre. El tiempo y el espacio son categorías creadas por la mente egoísta y están fuera de la realidad del hombre.

Vistas así las cosas, el camino espiritual tiene su propio método. Hablando de definición, si es que cabe, Martí concibió la espiritualidad como la ciencia del arte de saber vivir. La propiedad del “consejero íntimo” señalado antes es la misma atribuida por Martí a la visión del ojo emersiano, a “la visión del alma”, pero concebida fuera de las rejas del yo. Una de las maneras en que veo la transparencia de la ciencia espiritual en la proposición del Maestro es en la concepción que tenía del individuo y su aspiración concreta por el camino de la trascendencia y la revolución interior.

En el cuaderno de apuntes No 13, Martí hace una referencia insólita, tomada de un texto reflexivo, del Discurso de recepción del escritor español Menéndez Pelayo, justamente referida a la comunicación que podía tener el estado espiritual del hombre con el individuo, que sin duda ayuda a conectarse con la sabiduría y el acontecer del camino espiritual. El texto dice:

“Esta poesía (la mística) aun la imperfecta y heterodoxa, ora tenga por interpretes yoquis indostánicos, gnósticos de Alejandría, rabinos judíos o ascetas cristianos, no es ni ha podido ser en ningún siglo genero universal y de moda, sino propio y exclusivo de algunas almas selectas, desasidas de las cosas terrenas, y muy adelantadas en los caminos de la espiritualidad” ( O.C. t 21, p. 335).

La mayor contribución acerca del misterio de esta ciencia puede hallarse de manera fragmentada no sólo en los argumentos que vertió el Apóstol a raíz de la celebración del congreso de antropología norteamericano y en las opiniones acerca del trabajo de la teósofa inglesa Annie Besant, sino también en los múltiples desasosiegos referidos en toda su obra a la relación del espíritu, alma y cuerpo. Estos fragmentos pueden componerse.

A fin de que se entienda cómo se transforma la energía del odio en amor y en qué consiste espiritualidad y patria para la creación del gobierno espiritual cubano en José Martí, tenemos primero que detenernos en saber a qué vínculo de la evolución espiritual pertenece cada una de estas entidades. En el camino espiritual, odio y amor serán entidades separadas, pertenecientes a diferentes momentos de la evolución. Sin embargo, espiritualidad, patria y gobierno emergen a la realidad en un mismo momento, en el momento espiritual de la evolución. Ahora bien, en la observación regalada por Martí respecto a lo concerniente a la evolución espiritual y sus caracteres, “de ese misterioso mundo intimo” del que habla en los Apuntes, se aprecia la representación de fenómenos incorpóreos –“hechos espirituales”-- como un modo natural de funcionamiento que no comporta hechos estáticos, ni se detienen en sitio alguno de los diferentes momentos de la evolución total (la palabra momentos es una denominación nuestra; por supuesto Martí no usa un término fijo para denominar las etapas de la evolución espiritual, pero deja entreverlas, y en ello tiene razón). Por lo que puedo reconstruir, Martí consideraba viable la compresión de la existencia en cinco momentos, en el marco de una posible evolución espiritual, siempre tomando en cuenta que la forma de evolución difiere de un individuo a otro. En estos cinco momentos se hallan las tres fases de evolución del hombre de las que hablábamos en momentos anteriores (el hombre arrogante, el hombre gallardo y el hombre magno).

Los momentos no pueden ser generalizados y estructurados sobre la base de una teoría en particular. Esa es la primera recomendación del Apóstol. Al reconocerse cinco etapas conscientes por las cuales el hombre debe atravesar y transitar para alcanzar la “dicha”, la esencia del poeta en actos y la Conciencia gobernativa interior, Martí no estaba estableciendo una síntesis que pudiera ser aplicada por igual a los demás individuos, ni tampoco a la sociedad, sino que hablaba de una síntesis de la experiencia individual para dar entender los misterios de la vida, aquel sentido inmaculado que tanto lo perturbó. Dicho en otros términos, cada individuo debía descubrir su síntesis dentro del marco de su evolución espiritual. De ahí la expresión de que el hombre tiene que reconquistarse a sí mismo.

El fallo de toda doctrina teosófica, antropológica, psicológica y etnográfica de su época, acerca de la antroposofía humana estriba, según lo infiero de Martí, en el pronunciamiento de un programa teórico y de un esquema generalizador. En la individualidad de este quehacer, tal y como se demuestra en el camino interior, subyace la intrínseca naturaleza del proceso y, por ende, no comporta ninguna tendencia o ley social, sino la evidencia de leyes propias de la existencia y naturaleza de cada individuo. Y esa es la belleza del individuo y de su vida, que el ser humano se expresa con el favor del juego de la vida, tal y como lo vemos reflejado en los textos martianos. El hombre es un ser único, sólo medible y comparable con la existencia de su Conciencia.

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