google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: José Martí y la conciencia universal (III y final)

viernes, 28 de enero de 2011

José Martí y la conciencia universal (III y final)

por Ángel Velázquez Callejas

José Martí ve el momento espiritual como trascendental. Lo llama el quid de la “ciencia de la transformación” (“¿pues qué es la ciencia transformativa, sino las migraciones de Buddha?, se pregunta Martí. O.C. t22 p. 304), la “revolución de la reflexión” (O.C. t. 4 p. 142) y la alquimia transformativa (Martí usa la analogía de la transformación del carbón en diamante de la alquimia química para referirse a la ciencia de la transformación humana. O. C. t. 8 p. 448-450). Es el momento de ruptura, de pasar de un estado de sueño al estado del despertar. Es el momento en que todo se equilibra y armoniza.

Es del equilibrio y la moderación, que no significan estar en el medio de los extremos, sino en el punto donde se equilibran las cosas, de donde surge el sentido del patriotismo. Por ejemplo, Emerson, Peter Cooper, Walt Whitman y Bronson Alcott viven en el primer estado del momento espiritual. Son todos ellos depositarios de almas humanas y la calidad de estas mentes, de estos momentos espirituales, está avalada por el estado amoroso y dadivoso de la acción y el estado de visión de totalidad.

En el cuarto momento, en el cuerpo espiritual y no antes, Martí consigue la respuesta a la pregunta de quién es él verdaderamente. En este momento Martí ya no se comprende como yo, un yo que ha predominado en los anteriores momentos. Martí reconoce desde el cuarto momento que el yo es la concepción que hace inconsciente al hombre, lo duerme robándole la libertad, cuya identificación consigo mismo es una ilusión, un sueño, una falsa realidad. Al llegar a desmitificar el yo desde el cuarto momento, se preguntará quién es el que ahora no es el yo, cuál es la raíz de esa nueva identidad que no conocemos. En el cuarto momento comenzará a vibrar la sensación del ser y se perderá la sensación de yo. Es en el segundo estado del cuarto momento es donde se hallará la respuesta al origen del ser. Patria es el símbolo del segundo estado por donde llega el encuentro del hombre con la verdad. Es por eso que en el cuarto momento reina la paz, el amor y la bienaventuranza: el hombre ha conseguido el gobierno y por ende ha llegado a “reconquistarse a sí mismo”. Pero en el segundo estado del cuarto momento el ser se disuelve en humanidad y la conciencia pasa a ser la “ciudadanía del universo”.

Del primero al tercer momento el hombre permanece dividido interiormente y es el yo la base de la estructura de sus opuestos. Por eso la filosofía culmina en el tercero momento o, mejor dicho, trabaja y se agota en el tercer momento, aunque hay un intento de Hegel de elevarlo al espíritu fenomenológico. En el cuarto momento, Martí se da cuenta que ya no es la conciencia, sino una Conciencia, “un espíritu conciliador” dando lugar a que los opuestos desaparezcan como contrarios, dando lugar a la visión de totalidad, dando lugar a la desaparición de la elección. Por ende, el bien y el mal dejan de estar separados como contrarios y ahora forman parte de los extremos de un mismo fenómeno de la vida. Es decir, el bien y el mal en el cuarto momento entran a interactuar en forma de unidad.

Cabe decir que las sutilezas de cada momento están relacionadas y conectadas entre sí por un proceso de evolución interdependiente. No se podrá conocer la sutileza del cuerpo etéreo si no se conocen los mecanismos conscientes de la corporeidad física humana. De igual modo tampoco se conocerán las implicaciones del primer cuerpo mental, el cuerpo astral, si se desconocen los misterios de la energía etérea.

Pero una ruptura en el plano esencial se produce entre el tercer momento, el cuerpo psíquico, y el cuarto, el cuerpo espiritual. No es que a partir de aquí los cuerpos se separen, la energía se disgregue, sino que cambia la connotación en referencia a la experiencia y la vivencia de las estructuras de los cuerpos. La transformación de la que habla Martí en el Prólogo al Poema del Niágara se produce debido a que la observación, la mirada a las cosas, cambia de una simplificación reduccionista en estado de inconsciencia a la de totalidad en estado de Consciencia. En el cuarto momento, y por eso es una visión espiritual, el mundo se concibe como totalidad; y por ende es el momento en que el hombre, el individuo, comienza a estar en unción y en comunión directa con el universo de las cosas. En el cuarto momento se pierde la posibilidad de estar a solas consigo mismo y desaparecen de él los paradigmas.

En el cuarto momento Martí todavía es, pero en el quinto no. Se ha fundido con la naturaleza cubana. Es sólo un testigo consciente y con ello ha despertado ante la realidad de la vida. Sueño y realidad se funden en este quinto momento de Conciencia martiana. Si nos detenemos en el significado de la firma “su Martí”, que aparece en casi todas las correspondencias de sus últimos tres años, estaríamos indudablemente en presencia de un estado del quinto cuerpo, el estado espiritual de muerte.

La muerte es la extinción del ser. De allí, hemos dicho, surge la vida. Es sintomático que Martí usara en el texto de La Edad de Oro la palabra búdica nirvana, término creado por Buda para expresar de forma analógica la desaparición del ser. No se trata de la muerte física, sino de la muerte del ser y de la extinción de la consciencia individual. Se trata de una muerte espiritual que aun está en el misterio de la obra misma del Apóstol. Es el momento último por el cual Martí se hace cero con la existencia. Dejará de ser una Consciencia individual para transformarse en una Consciencia universal. Ahora no es de Cuba, tampoco es de América, sino de la humanidad. Y ahí llega, convertido en una Consciencia universal, a conocer lo desconocido, la segunda dimensión del conocimiento. Martí tuvo el privilegio de haber hallado la totalidad del conocimiento. En palabras de Rousseu, dirá: “Si la muerte de Sócrates es la de un sabio, la muerte de Jesús es la de un Dios”.

Ahora bien, no es que encontremos en los momentos descritos algún texto específico de la obra de José Martí. Tampoco hallaremos una explicación detallada de su composición a nivel estructural. Sólo hallaremos fragmentos diseminados a lo largo de su obra, que pueden ser agrupados para lograr su debida reconstrucción. Hemos dicho en otra oportunidad que Martí no elaboró ni consideró viable una teoría de los momentos. Estas cuestiones la discuto más a fondo en mi libro inédito El arte de José Martí. Desde luego, no hay duda de que Martí conoció a fondo los postulados secretos y esotéricos de la confederación teosófica de su tiempo. Pero nada en esos postulados doctrinarios le impuso un dogma. Por lo que se ve, Martí no los comprobó como teoría sino como experiencia individual.

La descripción de los momentos, su posibilidad de búsqueda interior para trascender, ayudaría a entender más a fondo el pensamiento de José Martí. Aunque Martí no se planteó una teoría sobre ellos, no proporcionó un análisis de la estructura de los diferentes cuerpos de la evolución de la espiritualidad, los fragmentos que dejó pueden ser de insoslayable conocimiento para entender su obra revolucionaria. Todos los tanteos de aspiración sobre la guerra y el gobierno pueden entenderse a través del conocimiento del quinto y sexto momento. El sentido de patria e identidad no se comprendería sin el debido conocimiento de relación e interdependencia ente el quinto y el sexto momento.

Hay una referencia de significado expresiva a la palabra sugerida por Martí a través del pensamiento, que puede dar luz al conocimiento de la forma y los movimientos telúricos de la conexión de los cuerpos sutiles. Este es sólo un ejemplo significativo de las variadas reflexiones que aparecen diseminadas a lo largo de la obra del Apóstol. En esta ocasión el texto dice así:

“El pensamiento es comunicativo: su esencia está en la utilidad, y su utilidad es la expresión. La idea es su germen y la expresión su complemento. Un espontáneo impulso, hasta por su naturaleza impalpable y etérea ordenada, lo lleva hacia fuera, fuera de nosotros, hacia arriba. No es sólido, porque no debe caer en la tierra. Es incorpóreo, porque está hecho para la reflexión de la eterna vida, para el esparcimiento, anchura y extensión. Y si ésta es la naturaleza del pensamiento; si no da idea de sí hasta que no esté expresado; si para sospechar siquiera su existencia es necesario que se exprese, viola los fueros humanos, niega las facultades mentales, rompe las leyes naturales el que impide al pensamiento su expresión –Esto, en esencia filosófica.” (O.C. t 6, Extranjero, p. 361)

Cuando Martí dice “esto, en esencia filosófica”, se trata del planteamiento de una teoría de los cuerpos sutiles, sólo para que el lector entienda de qué se está hablando. En su naturaleza esencial, los cuerpos incorpóreos no pueden ser expresados deliberadamente, porque sólo constituyen experiencias individuales. Toda la idea del pensamiento referida aquí por Martí tiene su origen en el cuerpo astral, y por ende posee una función utilitaria. Pero para expresarse tiene que salir al exterior, tiene que ser empujado por los mecanismos del cuerpo etéreo. No se pueden violar etapas del proceso evolutivo interior, si es que el objetivo es llegar hasta el despertar, hasta el estado espiritual. Un pensamiento no podrá expresarse si un estado emocional se lo impide.

La cita contiene mucha más implicaciones que es necesario dar a conocer para dejar entendidas las variaciones que a Martí le es dable significar en la comprensión de la labor del trabajo espiritual. El pensamiento existe pero nadie lo ve. Para saber que existe tiene que expresarse. Esa es la condición de su naturaleza.

Ahora bien, toda la escritura martiana está en correspondencia con la necesidad de expresar algo, un pensamiento, que por naturaleza no se puede decir. La realidad es que cuando el pensamiento se expresa pierde la autenticidad de lo que trae del interior. ¿Por qué? Porque está hecho “para la reflexión hacia la eterna vida”. El pensamiento es para la reflexión de algo que ha conseguido uno mismo en pos de la transformación individual y no para indagar afuera, sino adentro. En esto radica la razón de ser del Prólogo: en la rivalidad entre el cuerpo astral y el cuerpo espiritual. Martí no desea que los pensamientos se vayan sin lo esencial, sino que se dirijan hacia arriba, “hacia la eterna vida” donde se avecina el advenimiento del estado espiritual. La necesidad de que se exprese el pensamiento con algo propio y no asumiéndolo prestado, desde afuera, es sólo para dar una señal de las implicaciones manifiestas en el camino espiritual. Por eso, en esencia, el pensamiento prestado es filosófico, teológico e histórico. Martí trata de expresar lo que siente, lo que brota de su interioridad, de lo que le indica el ser y no el yo. Expresa, para sorpresa de todos, lo que no puede ser repetitivo, prestado por alguna filosofía, escritura y teoría esotérica. Expresa lo que su Patria le indica.

Digamos, para que se comprenda a José Martí, que las variaciones de su estado emocional, una vez alcanzado el estado de espiritualidad, dan como resultado un ponderado equilibrio entre el odio y el amor, todo ello expresado en su obra: “yo no puedo odiar a nadie, dejadme que os compadezca en nombre de mi Dios” (O. C. t. 1, p. 44).

El Prólogo no contiene referencias directas de los momentos supra descritos, pero todo el discurso de ese texto fundamental se debate entre la resistencia ejercida por la sobrevivencia de la muerte del cuarto momento y la aparición ineludible del quinto momento en su posterior evolución. En ese punto de ruptura, lugar donde comienza a delimitarse lo espiritual de lo cognitivo, se abre el espacio futuro de la identidad cubana.

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