google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Del intelectual típico y la venta del producto

miércoles, 9 de febrero de 2011

Del intelectual típico y la venta del producto

Armando Añel

Al interior del mercado libre, en un marco en el que la demanda --salvo excepciones-- desdeña lo literario, el intelectual típico suele sentirse descolocado, cuando no ninguneado. Su producto no se vende: la gran masa no lo compra. El capitalismo es injusto, concluye entonces, porque no valora en su justa medida su talento, ni su obra, ni su currículo, ni su capacidad.

Así, el típico reacciona atacando el sistema y, en consecuencia, defendiendo regímenes dictatoriales por el estilo del cubano, que suelen subvencionar lo “insubvencionable” (¿sería justo, por ejemplo, que en una Cuba libre subvencionáramos con nuestros impuestos a Abel Prieto?). Así, la crítica antisistema de mucha intelectualidad de izquierdas tiene su génesis en el puro interés personal.

Afortunadamente, no siempre la sangre llega al río. Muchos escritores cubanos, luego de haber pasado por el muy pedagógico Gulag tropical, están vacunados contra el antiamericanismo feroz con que tanta intelectualidad latinoamericana y europea se lava las manos. No obstante, persiste en ciertos estamentos ese victimismo cuasi suicida consistente en echarle la culpa al mercado, o simplemente a la incapacidad del consumidor promedio, de la flaca repercusión alcanzada por sus libros. Esto suele generar en el escritor una actitud autocomplaciente, o abúlica, que en nada contribuye a la difusión de su obra.

Hace poco fui incapaz de explicarme adecuadamente a propósito del tema, cuando unos amigos me echaban justamente en cara cómo podía pedirle yo a los escritores que “bajaran el nivel” --para llegar al gran público-- luego de haber escrito cosa tan intrincada como Erótica. Pero no se trata de bajar el nivel –nunca quise decir eso--, sino de de ser más listos a la hora de vender, o presentar, el producto, el libro en sí mismo. No se trata de adulterar el contenido sino de ajustar la forma, tan determinante en este tercer milenio.

No tiene que renunciar el escritor a un estilo o a unas convicciones para promocionar inteligentemente su obra, para “empaquetarla” con propiedad, para “situarse” en la época y la realidad circundantes. La clave puede estar en la confección de una portada atrayente, o en un título seductor, o en un oportuno punto y aparte final: en la perspicaz mezcla de todo ello. Y por supuesto, en la forma e intensidad con que se publicita el producto. En este sentido, se abre un mundo de posibilidades en los tiempos que corren –Internet, pongamos--, y hay que estar dispuestos a servirse de él.

Lamentablemente, los escritores no suelen ser buenos vendedores, o publicistas. Esto es comprensible. ¡Pero no les echemos la culpa a los lectores!

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