google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: El ego de ser cubano en el exilio

viernes, 4 de febrero de 2011

El ego de ser cubano en el exilio

por Ángel Velázquez Callejas

Cuando Martin Buber escribió uno de esos libros claves de la comunicación social contemporánea, Yo y Tú, una especie de diálogo fraterno entre el hombre y Dios, lo hizo inspirado en un viaje. Para Buber la comunicación y la relación entre el ego y la proyección (el mundo) eran como viajar al sentido resplandeciente de la razón.

Siempre argumentamos, como bien señala Kundera en La insoportable levedad del ser, las penurias que nos arrastran a separarnos de aquellos momentos inolvidables. Suele sentirse la levedad y por ello la falta de sentido. Nos preguntamos inevitablemente por qué siempre hay “otro” para diferenciarnos y para cubrir la levedad; y esa levedad zanja nuestras expectativas, nos transporta a una desatinada aptitud por el viaje. No hay nada más acogedor para un exiliado que viajar, que es un modo de endurecer la actividad del ego.

Este viaje es la justificación más impía del ego. Y eso es, exactamente, lo que la experiencia nos depara cuando realizamos un viaje, cuando nuestro cuerpo se marcha a otro sitio y la mente se aferra a no ir. Así es como racionalizamos nuestras experiencias geográficas pasadas y las imbricamos inconscientemente con las que se van viviendo al momento, en otro ámbito geográfico. Cuando regresamos de un viaje, cuando nos asentamos de nuevo en el antiguo sitio, nadie sabe por qué el cuerpo y la mente armonizan naturalmente, se identifican mutuamente. Yo lo sé porque me ha sucedido. El cuerpo quiere sentir y la mente tiene miedo a pensar en lo nuevo. Esta dicotomía parece ser una estrategia morbosa de la existencia, pues entonces, ¿por qué en la mayoría de los casos, cuando se regresa, la razón se vuelve cómoda, letárgica y retorna a su pauta anterior? Es cuando podemos ver las cosas e interpretarlas. Mientras el viaje anda, el cuerpo siente; quien se comunica es el caballo de Troya. Creemos estar pensando, pero no. Más bien estamos soñando y es el cuerpo quien nos despierta oportunamente de todas las vicisitudes. Quizá por eso a Lezama no le gustaba viajar.

Claro, para Buber estas experiencias eran geo-psicológicas. Viajar, moverse del entorno matrio, posibilita desenmascarar, si racionalizamos bien, las prebendas del ego, ese ego del cual hablaba Martí en Nuestra América al referirse al “aldeano vanidoso”. Ese aldeanismo parece seguirnos como sombra. Es parte intrínseca de nuestra pauta. Pero la mayor justificación en su contra es viajar. El cubano ansía viajar, provocando con este deseo inusitado una dialéctica cubanísima del Yo-tú: mientras más me cierro, más me dan ganas de viajar; más me dan ganas de “desmunicipalizar el ego”.

Existe una antigua leyenda hindú que dice que Bihar, un espacio geográfico, tomó su nombre de los viajes efectuados a ese lugar por Buda. Bihar debe su nombre a los viajes de Buda. Pero la diferencia de nuestros viajes con respecto al de Bihar es tremenda. Mientras el Buda viajaba para aniquilar el ego, los cubanos viajamos para engrandecerlo.

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