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domingo, 2 de octubre de 2022

Meloni: ¿Oportunista o fanática?

 


Carlos Alberto Montaner

En los años 1959, 60 y 61 se referían en Cuba a los “melones políticos” como alguien que era verde por fuera y rojo por dentro. No creo que la señora Meloni, que acaba de ganar las elecciones en Italia, sea fascista por dentro, ni siquiera creo que el fascismo sea posible en la Italia de estos tiempos, aunque muchas de las posturas de ella coinciden con esas posiciones de la ultraderecha. Es probable, en cambio, que se utilicen epítetos como “fascista” y “estalinista” para callar posiciones adversarias. Son simples piedras arrojadizas.

Le ocurre lo que a Víktor Orbán, el jefe de gobierno de Hungría, cuando era la esperanza blanca del liberalismo. En ese momento era el líder de Fidez, una organización cuasi estudiantil en la que se había impuesto por sus discursos anticomunistas. Era el heredero natural del conde Otto Graf Lambsdorff al frente de la Internacional Liberal. Lambsdorff, exministro de Economía de Alemania, fue quien me lo recomendó. Recuerdo que me preguntó, al regreso de mi viaje a Hungría, qué me parecía como su sustituto al frente de la IL.

Luego viajamos los tres a Nicaragua. Lambsdorff, Orbán y yo fuimos a Managua a defender la candidatura de Arnoldo Alemán al frente del Partido Liberal Constitucionalista. En ese momento no teníamos conciencia de que eventualmente sería expulsado de ese partido, posteriormente acusado de corrupción. Al fin y al cabo, la relación con la IL la había mantenido el exvicepresidente de Enrique Bolaños, José Rizo Castellón. Una persona absolutamente honorable.

Le dije que me parecía magnífico que Orbán lo sustituyera al frente de la IL. Y así era … hasta que Orbán percibió que los votos en su país estaban en otra parte. Dados los antecedentes autoritarios de los húngaros, los votos estaban en personificar a los inmigrantes como tipos probablemente violentos y en creer en toda clase de conspiraciones. Los votos se podían conseguir culpando a George Soros de cuanta cosa negativa ocurriera en Hungría, la otra persona muy notoria de mismo origen, lo que le daba una connotación bastante antisemita en un universo en el que esa práctica repugnante no es siempre condenada, como sucede en regiones de Hungría en las que “los judíos” son generalmente víctimas de los estereotipos. Las amplias votaciones estaban en tratar de responsabilizar de las malas decisiones de los políticos a “los burócratas de Bruselas”, sin admitir que Putin es un canalla que se ha ganado a pulso la hostilidad de la Unión Europea tras su agresión a Ucrania.

Es decir, Orbán, más que un ultra de la derecha fascistoide, es un oportunista. ¿Qué es peor? Realmente no lo sé, pero en líneas generales me parece que el mayor pecado de un político es ser  inconmovible y dogmático. Los oportunistas siempre pueden cambiar de casaca. Orbán hoy se ha transformado, dicen sus adversarios, en un “fascista”. Mañana puede ser otra cosa. Las modificaciones sustanciales que han existido en Europa (España, Portugal, la propia Rusia, la Alemania de posguerra, se han debido a los oportunistas). 

De los fanáticos siempre hay que esperar lo peor. De los Steve Bannon de este mundo, hay que esperar lo más grave, incluso una estafa, dado que este caballero -certificado como estafador por los tribunales de su país, pero luego perdonado por Donald Trump- vende la “antiglobalización” y el “nacionalismo” a precio de oro, cuando se trata de estiércol generado antes de la Segunda Guerra mundial.

¿Es Meloni una fanática o una oportunista? A mi juicio: también es una oportunista. Creo que lo que protagonizó en España era una maniobra electoral. La señora Meloni fue a predicarles a los conversos. A los que se emocionaban con el respaldo a la señora Olona. Meloni tuvo un efecto menor sobre Andalucía. Importar agitadores extranjeros siempre es un mal negocio. Con independencia de los honorarios, cuestan caro los hoteles de 4 o 5 estrellas, y los boletos en avión en clase preferente. El elector convencional generalmente cree que el extraño es un tipo poco influyente en el sentido del voto, y tiene razón. Jamás he conocido a nadie que cambie su voto de lista electoral, trátese de Vox trayendo a la Meloni, o Podemos haciendo lo mismo con Maduro, Cabello o con Stalin revivido.

¿Hasta qué punto la señora Meloni ha recogido la tradición fascista italiana? Creo que no hay nada de eso. El fascismo fue un movimiento único en la historia de su país. Ni siquiera España fue fascista. Franco fue un astuto militar, refractario a los planteamientos teóricos, anticomunista, muy católico, partidario de la ley y el orden cuarteleros. Ni siquiera la Falange era totalmente fascista. Le sobraba catolicismo para esa tarea y le faltaba sindicalismo, pese a las JONS, las “Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista”. Cuando Franco quiso unificar a todos los grupos que luchaban contra la república, apoyada por Stalin, hizo prisionero a Manuel Hedilla, el segundo de a bordo de José Antonio Primo de Rivera, y resultó condenado a muerte. En su momento, Franco le conmutó la sentencia. 

Benito Mussolini consiguió electrizar su país en octubre de 1922 ordenando que sus “Camisas negras” tomaran Roma (apenas 30,000 personas) dentro de un plan premeditado para enterrar al pensamiento liberal, gran enemigo del fascismo. Suele olvidarse que tanto Mussolini como Lenin tuvieron buena química en la distancia, como dice el profesor Emilio Gentile, gran experto en el fascismo. El propósito de ambos cabecillas, los fascistas y los comunistas, era liquidar y enterrar el parlamentarismo liberal. Por eso armaron una degollina monumental. Eso no es repetible. 

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sábado, 20 de agosto de 2022

¿Se dirige USA a una nueva guerra civil?

Carlos Alberto Montaner

Copio de una cubierta de Insider, una publicación usualmente bien informada: “La extrema derecha está convocando a la guerra civil después del allanamiento del hogar de Trump”. Y a continuación hacen una necesaria salvedad: “Los expertos afirman que no se parecerá a la última” (1861-1865).

Es cierto: será diferente a la de la segunda mitad del siglo XIX, serán actos terroristas aislados pero tendrán una cosa en común: la peligrosa división de la sociedad. Antes era el destino de los negros esclavos en una república guiada por principios liberales. Ahora es el método de contar los votos. Los republicanos piensan que los demócratas hacen trampa. Michel Lindell, un imaginativo republicano, autor de las más intrincadas teorías conspirativas, vendedor de almohadas y sueños, afirma, aunque sean mentira, que los demócratas hacen trampa en los “estados bisagras”, arrebatándole la victoria a Donald Trump.  

Sigo. Una encuesta, divulgada por Spectrum News establece que “prácticamente el 30% de los estadounidenses piensan que ellos deben tomar las armas en contra del gobierno de la nación”. Ahí se inscribe la lucha contra el FBI.

En efecto. En 1860 unas elecciones le dieron a Abraham Lincoln la victoria por un estrecho margen. Parte de los estados sureños se prepararon para la secesión. El tema de la esclavitud era parte de lo que sin duda vendría. Lincoln, aunque repetía con mucha gracia los chistes contra los negros (los únicos que no se reían eran los negros), sabía que estaba rematadamente mal afirmar que “todas las personas son iguales ante la ley”, el postulado clave de la República, y dejar fuera de ese principio a los negros.  

Un siglo antes, los “padres fundadores” habían ignorado este precepto. George Washington (uno de los hombres más ricos de las 13 Colonias), liberó a sus esclavos después de muerto, mediante un documento de “última voluntad”. 

Thomas Jefferson, el tercer presidente, pensaba que las próximas generaciones serían las encargadas de solucionar ese endiablado problema. Ni siquiera se ocupó en vida de liberar a la bella mulata Sally Hemings, su concubina de 37 años, o a sus hijos, que servían en Monticello. Sally le sirvió para paliar la soledad que le dejó su mujer Martha Wyles Skeleton tras morir. Sally le había parido seis hijos, cuatro de los cuales llegaron a la madurez. Dicho sea de paso, Martha y Sally eran medio hermanas por parte del rijoso padre, pese a la disparidad en las edades. Sally era una niña pequeña cuando murió Martha. Jefferson la “descubrió”, nunca mejor dicho, a los 14 años.  

James Madison, el cuarto presidente de Estados Unidos, creía que separarse de la Corona británica era el principal objetivo de la insurrección y ante esa descomunal tarea todo palidecía. Si se le agregaba la liberación de los esclavos negros se perdía el foco y no se conseguiría ni lo uno ni lo otro. En todo caso, hasta Zachary Taylor, a mediados del siglo XIX, fueron 12 los presidentes norteamericanos que tuvieron esclavos. Mientras 1715 legisladores poseyeron “personas de color”, es decir negros. La mayor parte, miembros del partido demócrata. 

Tal vez por eso es mucho más significativo lo que ha sucedido. El Partido Republicano, el de Lincoln, el que liberó a los negros, ha cedido con Donald Trump sus posiciones de arrancada, y es el de los blancos, mientras el Partido Demócrata, semillero del KKK, es el que les ha abierto los brazos a la diversidad profunda y extendida que se observa en la sociedad estadounidense. 

¿Qué ha ocurrido? Se ha abierto paso la intolerancia religiosa. Trump vendió su alma a los evangélicos. No es que a él le importe mucho (o nada) el destino de las mujeres que quieren tomar sus propias decisiones con relación a su cuerpo. Lo que él desea con vehemencia es regresar al poder y hará lo que sea necesario para ello.

¿Puede desatar Trump una guerra civil? No lo creo. No podrá hacer daño. Afortunadamente, el camino que encontró es muy angosto. Se le oponen, en números grandes, las mujeres, los “color people”, incluidos los hispanos y los judíos, y la alegre lista de los LGBTQ, amén de los blancos educados que creen que América se enriqueció en el comercio internacional intenso y no comulgan con el nacionalismo extremo que este caballero quiere imponer. No va a conseguir nada. 

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miércoles, 10 de agosto de 2022

Egobio, autocompasión y lloradera

 


Más que cultural, el problema de fondo de la masa seducida por el demagogo es de ego. Se trata de una expresión de debilidad relacionada con el complejo de inferioridad, la frustración y la envidia a quienes sobresalen: Egobio que el fanático del demagogo alivia al verse reflejado en el demagogo que a su vez se autojustifica buscando chivos expiatorios desde el presupuesto de que la vida le está haciendo trampa: El llorón.

Sin comprender, a fin de cuentas, que la vida es un jueguito de obstáculos cuya solución, si la hubiera, radica no en subrayar los obstáculos, u obsesionarse con los obstáculos, o quejarse infinitamente por los obstáculos (la autocompasión, la lloradera), sino en priorizar aquello que los obstáculos no pueden detener: La existencia, el camino, el viaje.

Meloni: ¿Oportunista o fanática?

  Carlos Alberto Montaner En los años 1959, 60 y 61 se referían en Cuba a los “melones políticos” como alguien que era verde por fuera y roj...