por José Luis Sito
Is over. C’est fini. Se terminó.
La locura reside precisamente en este salto definitivo hacia el “non-retour”, la imposibilidad total de vuelta atrás, sin remisión. Se terminó: estas dos únicas palabras abarcan toda la amplitud de la locura ambiental. De clima se trata, y más profundamente de la insensatez general que está afectando las sociedades humanas.
Nuestro tiempo se ha vuelto demente y esta demencia marca el punto a partir del cual hasta el propio lenguaje se nos escapa. El lenguaje huye frente a semejantes trastornos y desequilibrios.
La locura la podemos resumir así. El momento en que hubiéramos podido evitar el calentamiento global de 2 grados ya pasó. Tendremos suerte si nos libramos con sólo 4 grados. Quizás 6, 8 y hasta quién sabe dónde. En el futuro tendremos que adaptarnos a otra forma de vida en una Naturaleza radicalmente modificada. Si podemos.
La Conferencia climática de Copenhagen (Congreso internacional científico sobre el cambio climático) ocurrida a principios de marzo, donde participaron 2,500 delegados de 80 países, dijo en su conclusión lapidaria, y fúnebre: “Cuanto más sabemos, peor es”.
Las consecuencias son, a partir de ahora, de este momento preciso, irremediables, sin remisión. Lo único que podemos esperar de esta gran locura es que la Tierra no se vuelva un desierto marciano. En esta catástrofe estamos envueltos. No se trata de retórica, ni de amenazas proféticas, es el peligro más grande que la Humanidad ha tenido que enfrentar.
Los científicos han examinado las medidas que han tomado los gobiernos del mundo para impedir tal peligro de extinción y han llegado a la conclusión que se pueden comparar a echar una gota de agua en un incendio.
Un paralelo con la situación en Cuba se impone. La dictadura cubana ha conseguido la hazaña de arruinar, saquear, devastar toda la isla, desde su economía hasta las subestructuras mentales. En caso de que nuevos ciclones la arrasen, completando el panorama desolador e impidiendo el régimen aliviar los daños sufridos, la situación se volverá catastrófica para la población. Pero lo más grave es si esto se produce año tras año, desfigurando entonces la isla sin posible remisión ni vuelta atrás. En el mejor de los casos se podría arribar a un estado de cosas viable, pero que necesitaría decenas y decenas de años para normalizarse. Un país con un porvenir irremediablemente perdido.
Por esta razón, al igual que debemos llamar a los gobernantes del mundo a tomarle la medida a la locura climática, debemos llamar a todos los responsables, dentro y fuera de Cuba, dentro y fuera del régimen totalitario, a entender la vital necesidad de echar abajo esta locura castrista. Más aún en estos momentos históricos, de grandes perturbaciones.
Los cercanos al poder castrista, y libres de todo fanatismo, tienen el deber de transformar un régimen que se ha vuelto demente bajo el mando de unos viejos incapaces.
Antes que sea tarde.