por Armando Añel
Todo comenzó en 2004, cuando el ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero inició sus políticas de acercamiento a la dictadura cubana. Su primera medida, a petición de la dirigencia castrista, fue interrumpir la participación de los opositores cubanos en la celebración de las fiestas nacionales españolas, celebradas en su embajada en La Habana. Luego, tras irrumpir en el escenario la enfermedad que inhabilitaría al máximo responsable de la tragedia nacional, la expectativa exacerbada de algunos gobiernos sirvió de coartada a otros para refocilarse en su doblez.
El canciller español, Miguel Angel Moratinos, visitó la Isla a finales de 2007, pero sin dignarse a recibir a la disidencia interna. El subsecretario de Relaciones Exteriores italiano, Donato Di Santo, declaró por esas mismas fechas que vistas las “novedades” que se estaban registrando en Cuba resultaba oportuno superar las sanciones europeas e instaurar un “diálogo constructivo” con la dictadura. Otro tanto hizo el secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, quien a principios de 2008 se atrevió incluso a rectificar a Juan Pablo II: no es tanto que Cuba se abra al mundo, es “sobre todo que el mundo se abra a Cuba” (la acepción de Bertone calcaba el concepto oficialista, esto es, Cuba y castrismo también eran sinónimos para el cardenal).
Más de lo mismo aportó poco después Louis Michel, comisario de Desarrollo y Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea, quien, precisamente, hace pocos días se refiriera a las “reformas” del raulismo con una cara de piedra que ya quisieran para sí ciertas luminarias cinematográficas. Según la delegación europea que en la primavera del año pasado se echó en brazos del castrismo, las sanciones aprobadas a propósito de los sucesos de la Primavera Negra constituían un gran error político. Y enseguida el gobierno mexicano oficializaba en La Habana su regreso a los tiempos oscuros del priísmo, cuando éste temblaba de pies a cabeza ante la posibilidad de que Castro recreara sus hábitos injerencistas en México.
De manera que la última ofensiva procastrista de Lula da Silva, cuya consecuencia tal vez más aparatosa sea la claudicación del gobierno costarricense al retomar relaciones con un régimen que reproduce, en lugar de congelar, sus hábitos represivos, no debería extrañar a nadie. Lo empezaron los socialistas y lo continúan los socialistas, con la Iglesia bendiciendo el ágape y los pusilánimes y oportunistas de siempre haciendo el coro inclemente. Con amigos como estos quién necesita enemigos, deben preguntarse en Cuba aquellos que pagan, invariablemente, los platos rotos.