por Armando Añel
Todos se arriman a la mesa. El pastel, suponen, va a ser lo suficientemente suculento como para saciar el empecinado apetito de gobiernos y empresarios, de latinoamericanos y europeos, de tirios y troyanos. Cada vez queda más claro que la famosa “apertura raulista” es un espectáculo para mercaderes, una carretera de doble vía en la que sistemáticamente se cruzan los intereses no necesariamente encontrados del capitalismo de Estado cubano y el capital internacional.
Por una de las vías transita el castrismo tardío, defenestrando a trocha y mocha, con la esperanza de que el pastel en oferta le genere suficiente complicidad internacional para mantenerse en el poder indefinidamente. Un supuesto que poco a poco toma cuerpo. Por la otra arrolla la comparsa de los gobiernos e inversores extranjeros, convencida de que el raulismo sabrá implantar el llamado modelo chino sin mayores sobresaltos y/o de que el pueblo cubano ha caído lo suficientemente bajo como para permitírselo. Como telón de fondo, la eventual entrada en escena del capital estadounidense. Tarde o temprano, suponen los comensales, Estados Unidos y el poderoso exilio del sur de la Florida pondrán sus dineros en juego y entonces la paciencia de quienes ahora mismo arrullan al raulismo se verá recompensada.
Los comensales calculan. Cuba importa más del ochenta por ciento de los alimentos que consume y su infraestructura económica y de servicios, devastada por medio siglo de totalitarismo, es campo virgen para la explotación y la inversión a gran escala. Falta capital, ciertamente, pero el capital aguarda a noventa millas de las costas cubanas, dispuesto a fluir torrencialmente. Hay unas leyes, hay un embargo, pero eso puede ser desmontado por piezas. El tiempo todo lo puede. Y el pastel seguramente lo amerita.