por José Luis Sito
Para subordinar y manipular la cultura, el régimen totalitario castrista se dirigió a otro ejemplo de totalitarismo: el italiano. El ejemplo latino le convenía mejor a su sociedad y cultura. Le venía perfectamente.
Quien conozca el régimen fascista de Mussolini notará enseguida las coincidencias en su ambiente intelectual y artístico. Basta con recordar que durante el fascismo musoliniano convivieron movimientos artísticos modernistas, futuristas, académicos, tradicionalistas y reaccionarios. El régimen castrista, como el régimen fascista musoliniano, no creó un arte oficial, ni impuso normas estéticas para una cultura estrictamente propagandista. El castrismo utilizó e instrumentalizó la cultura y sus actores con el propósito de lucir su régimen, de valorarlo, de echar sobre él un resplandor. En este sentido el ICAIC se parece a Cinecittà y su Bienal de cine de Venecia, creados por Mussolini.
El castrismo se propuso absorber el arte y la cultura para impedirles existir de manera independiente, y así proyectar su causa al interior y al exterior. Para ello cualquier norma estética valía. La única condición era no echar ninguna duda sobre el régimen y su Duce.
Como un eco a las Palabras a los Intelectuales del Dictador Máximo, responden estas de Mussolini: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. Son rigurosamente las mismas que las del Duce cubano. Si a esto ponemos en paralelo el nacionalismo fundado por la “italianita” en el fascismo italiano, y la “cubanía” en el castrismo, las similitudes florecen de golpe. Sin olvidar la marcha sobre Roma, parecida en su fondo a la marcha sobre La Habana, o los discursos ante las masas de los dos dictadores.