por Jorge A. Sanguinetty
Hoy la transfiguración de Cuba en un enemigo jurado de EEUU y de la democracia, más su influencia lamentable pero indiscutible en el hemisferio, representan parámetros que debieran conformar cualquier política hacia Cuba, al igual que toda política hacia la región. EEUU tiene ante sí una seria epidemia de antiamericanismo que finalmente ha logrado una cierta atención de un segmento de la ciudadanía. Pero el país todavía no sabe cómo enfrentarse a este problema. En este contexto, ¿cuál debiera ser la política de EEUU con relación a Cuba?
Primero que nada hay que abandonar la premisa de que porque Cuba no es una amenaza militar para EEUU no hay por qué tener una política hacia ella. Lo que Cuba ha representado y representa es una amenaza ideológica que ha sido y sigue siendo torpemente ignorada. Las ilusiones y el fantasma revolucionario castrista posiblemente sobrevivan a los hermanos Castro, del mismo modo que la imagen de Ernesto Che Guevara es venerada por muchos en la región y en el resto del mundo. La durabilidad de la imagen de Juan Domingo Perón muchos años después de desaparecido, es otro ejemplo a considerar.
En segundo lugar debemos tener en cuenta que mientras el castrismo y su legado no puedan ser erradicados de Cuba, debe existir una política hacia la isla que neutralice su influencia en la región como uno de los pilares del antiamericanismo.
Para lograr esto es necesario cambiar la relación estratégica de EEUU con Cuba adoptándose medidas que pongan al régimen de La Habana a la defensiva en varios frentes. Uno de ellos es diluir la ilusión de que Castro es un paladín de los pobres y la justicia social y que su marca de socialismo es la última frontera del progreso humano. Otro es demostrar que los regímenes basados en un estado de derecho y libertades individuales, y no sus imitaciones mediocres y adulteradas, son los que hasta ahora han combatido la pobreza y la injusticia social.
En tercer lugar, Washington debe comprender que el interés nacional con relación a Cuba va mucho más allá que evitar una crisis migratoria, que sin duda es un ingrediente necesario en la receta pero muy lejos de ser suficiente. EEUU debe tener una política cubana que ayude a evolucionar a las fuerzas internas que desean un cambio pero que están maniatadas por la represión, incluso a lo que yo llamo la “disidencia invisible”, que subsiste agachada en las filas del gobierno.
Por último, para que EEUU logre una política eficaz es necesario que los que estén a cargo de formularla y de llevarla a cabo sean verdaderos conocedores del país y de la región. El primer paso hacia una nueva política cubana que aspire a ser eficaz es tomarse en serio al país y a su proyección ideológica en el mapa geopolítico de América Latina.