por Armando Añel
Veo anónimos por todas partes. Anónimos en la blogosfera, en la televisión, en la radio, en el cine… anónimos hasta en la sopa. La avalancha no se detiene y lo arrastra a uno ladera abajo, rodando sobre su eje. Lo último es que me he convertido, involuntariamente, en una especie de gurú, o certificador, o especialista en anónimos.
Lo inenarrable. Sólo hoy he recibido cuatro correos preguntándome por la identidad de tres anónimos diferentes. Primero, una venerable señora intentaba rastrear el verdadero nombre de Tirofijo. Qué tengo que ver yo con tiros, soy absolutamente pacífico. Luego, una conocida artista cubana tenía la deferencia de escribirme para interesarse por… Cabeza de Puerco Ilustrado. Y para remachar, dos amigos, uno en Miami y otro en Europa, deslizaban, entre col y col, la lechuga de una pregunta incendiaria: ¿Qué quiso decir quién es?
¿Quién puede decir quién es? ¿Qué puedo decir que ya no se haya dicho? ¿Cómo puedo saber cuáles son esas identidades a la sombra? Es cierto que Cuba Inglesa ha prestado sus páginas para que algunos de ellos –hablo en abstracto- expongan sus guiones, pero una cosa es publicar y otra muy distinta descubrir. Porque ni siquiera puedo revelar. No soy Sherlock Holmes. Por lo menos no todo el tiempo.