por Ignacio T. Granados
Ya existen una Cuba Inglesa y una Cuba Española, alguna bandera nos enlaza con el extraño Tibet y otra con el añorable París; en ese contexto, no sonaría muy escandaloso una propuesta de Cuba Africana, pero sí sería más inquietante. De hecho, con el blog de Negros no se postula otra cosa que una parte muy real de la esencia nacional; y así como en nosotros pulula lo español y lo inglés, lo francés y lo tibetano, aunque sea por el imaginario personal; así también, y más también, la africanía es una presencia preponderante, y no sólo en el imaginario sino también en nuestra praxis cotidiana.
Sólo que en este caso priman ciertas reservas, múltiples dudas; porque al hablar de Cuba Africana regresa el concepto confuso de lo afrocubano, no menos polémico que la cuestión interétnica misma. Las graves dificultades de los negros cubanos parten de las prohibiciones culturales de la propia raza, sus tabúes; que son legítimos, pues son respuestas puntuales a una situación de crisis de identidad; pero que no por eso dejan de ser prohibiciones, y como tales impiden el desarrollo en pleno de la individualidad. Desde un negro católico —no ya cura— hasta el afrancesamiento, todo lo acusa ante la exigencia de su africanidad; pero como por la fuerza nada sale bien, que tampoco se trata de discutir el origen, pues no somos africanos; y sí, se dan en nuestras costas el negrismo afrancesado y el católico sin sincretismo, y hasta el presbiteriado; pues el hombre está condenado a la libertad, por más que añore la protección autoritaria.
De hecho, a la pregunta retórica de por qué los negros sólo hemos logrado esto, responde la realidad imperturbable; porque sólo esto hemos sido capaces de hacer, trasegando la legitimidad de una causa por el interés personal. Es cierto, no podemos afrontar la verdad histórica, que rebajaría la virulencia de nuestros discursos; porque lo que nos interesa es perpetuar un status victimista, que nos reivindique pero no nos exija la madurez necesaria para estar a la altura de los acontecimientos. Es natural, el ser humano, y en ello los negros, responde a la ley del menor esfuerzo; pero por eso es que, aunque necesaria, la discriminación positiva rinde poco frutos; porque gracias a ella, en vez de triunfar como negros, pretendemos hacerlo como blancos. En vez de aprovechar los recursos de un precedente cultural perfecto y contradictorio; en vez de enorgullecernos del nivel de intriga política que salvó al estamento sacerdotal africano únicamente en Cuba, y sólo comparable al de la sempiterna Roma y su antiguo sentido de la oportunidad; en vez de todo eso, blandimos el expediente de una falsa originalidad con los argumentos antropológicos de blancos que nos estudiaron como para National Geographic.
La ineficacia de la discusión teórica y academicista hasta estos momentos, ¡después de gastar tantos recursos!, genera suspicacias; no es posible que a estas alturas los negros desconozcamos esa ineficacia, más creíble es que tratamos de explotarla en un sentido un poco espurio. Pues bien, el problema está ahí; lo demuestra la encuesta de la columna izquierda, y va a seguir ahí —el problema, no la encuesta— hasta que se resuelva. Mientras tanto, sin aspirar a la disolución, somos cubanos, sólo que negros; y podemos lograr muchísimo más de lo que hasta ahora. Al menos, es seguro que si hacemos algo distinto obtendremos algo distinto.