por José Gabriel Ramón Castillo
La vida de cualquier persona cambia cuando lee La libertad del miedo, de Aung San Suu Kyi. Le ha pasado a mucha gente conocida y a otras cuyas vidas nada tienen que ver con la de esta incansable luchadora cívica. Y es que este libro y su trayectoria resultan tan impactantes que nadie se queda indiferente ante la tragedia birmana y ante esta señora, que a sus 63 años sigue enfrentando unas de las dictaduras más terribles en el mundo.
La Dama de Burma, en estos momentos, enfrenta una nueva patraña de la camarilla gobernante de su país. Después de haberle retirado el status de prisión domiciliaria ha sido remitida a una cárcel de máxima severidad de donde posiblemente no salga durante años. Resulta indignante ver a un régimen, con todo el poder en sus manos, hacer lo que hace ahora para mancillar un ejemplo, acallar una voz, a una simple expresión ciudadana que llama al respeto y a la concordia entre todos los birmanos.
Ella ha dicho que está preparada para enfrentar la contingencia. No es para menos, ha tenido que encarar tantos oprobios que uno más no importa, y éste de ahora seguramente le servirá para volver a decir su verdad, que no es otra que la de seguir condenando la degradación a la que han sido sometidos sus coterráneos y seguir pidiendo el respeto al mandato otorgado a su partido cuando ganó las elecciones en 1990.
En Rangún tiembla la injusticia. No la justicia, porque allí no la hay desde hace muchos años. Tiembla y temblará mucho más si se comete el crimen que se quiere perpetrar. Y hay que hacerla temblar para que no se siga llevando más victimas al cadalso ni continúe cebándose el odio con la venganza. Que no calle nadie, que no se amedrente la dignidad, de allí debe salir su salvación y la de otros que están en igual suerte.
En Rangún tiembla la injusticia. Que tiemble, que tiemble de verdad y encarguémonos todos de que eso suceda. En Rangún tiembla la injusticia. Que tiemble, que tiemble…