por Armando de Armas
Nostalgia: ¡Ay, ayayayyyy, Dios mío, qué nostalgia! Siento nostalgia de las posadas para matar la jugada, sin una dosis de agua para lavarse las partes pudendas, tras larga cola o de un sustancioso soborno al posadero, tipo patibulario. Nostalgia de los baños públicos desbordados de excrementos, de las cafeterías llenas de moscas, del buen trato revolucionario de sus empleados, del hay pero no te toca, o del te toca pero no hay, de los apagones diarios, de las guaguas atestadas de gente con su peste a boca y grajo generalizados, de la falta de pasta dental y desodorante, de los buenos modales, del adoctrinamiento gratis en nuestras escuelas, y de la no menos gratis salud en las manos diestras de nuestros matasanos. De los calabozos apestosos, de los cuentos y los recuentos.
Nostalgia: ¡Ay, ayayayyyy, Dios mío, qué nostalgia! Siento nostalgia de los fusilamientos al amanecer para los contrarrevolucionarios, de ser un ciudadano de tercera en mi país, de no ser ciudadano, de ser súbdito, de no tener que votar, ese vicio burgués, o votar siempre por el invicto, cagalitroso comandante. Nostalgia de nuestros valientes intelectuales pidiendo siempre la libertad para los presos políticos latinoamericanos, norteamericanos y del mundo, dispuestos siempre a morir por la libertad de América Latina, de Estados Unidos y del mundo. Nostalgia del cruel embargo norteamericano que impide que nuestros pobres niños puedan tomarse un guarapo. Nostalgia de los guapos que, sin miedo, te dicen: ¡Abajo Batista, ese mulatón asesino!
Nostalgia: ¡Ay, ayayayyyy, Dios mío, qué nostalgia! Siento nostalgia del picadillo de soya, de la leche que me quitaron en la bodega a los siete años, del café mezclado con chícharos, de los chícharos, de la guachipupa, de los apagones, de las guarandingas, de los camellos, del chispa de tren, del salta pa tras revienta caballos, de los carretones de caballos, del alcohol de 90 grados, de las heroicas puñaladas en nuestras cerveceras de encanto, de la cerveza de pipa avinagrada, del molote para coger la cerveza, del sol al mediodía reventándote la cabeza, del calor asfixiante sin aire acondicionado, de los ventiladores soviéticos, de los soviéticos con sus dientes de oro y sus enanitos muertos debajo del sobaco. Nostalgia de los nostálgicos, esos niños y esas niñas traumatizados que el 26 de julio sus padres, fanatizados, hacían vestir de verde, y les pintaban barbas como soldaditos rebeldes, es decir, sumisos y descerebrados. Nostalgia, coño, de la invasión imperialista que nunca llegó, que a mi Cuba libre nunca esclavizó.