por José Luis Sito
Pensar es peligroso. En medio de un océano sin fin aparecen ideas, pensamientos que amenazan a cada instante hundirse. El enfrentamiento con lo intempestivo, con el caos de los elementos, es arriesgado, pero eso es pensar sin reglas protectoras, sin prejuicios, sin la protección de las opiniones. Pensar es una lucha, luego ya es una resistencia.
¿Qué significa la palabra resistencia? ¿Por qué resistir? ¿Cómo resistir? Estas preguntas, y otras más que se pudieran sumar, son el cimiento de toda construcción de la libertad.
La libertad sólo se puede adquirir a partir de luchas tácticas y estratégicas contra ciertos poderes, y falsificaciones, y contra las acumulaciones de nuestros propios engaños, confusiones y fraudes. Resistir significa querer saber, pero hace falta saber lo que se quiere primero y luego entender que nuestro saber está compuesto de no-saber, de miedos y de deseos inconscientes. Resistir es entonces empujar nuestras fuerzas hacia un objetivo con el fin de romper las barreras de la opinión, y resistirnos también a nuestra propensión a edificar nuevas barreras, es decir: vivir libres con un espíritu libre. Libertad y resistencia están entonces unidas como piezas indivisibles, son la encrucijada de toda relación de poder.
Tomar posición por la resistencia es preparar una lucha de movimiento para tumbar los muros, para avanzar. Son conductas de insumisión, actos concretos, prácticos. Resistir se concibe a menudo en términos de negación y de resignación, de pasividad, pero la resistencia es todo lo contrario. La resistencia es un proceso de creación. Es crear, transformar la situación, movilizar procesos y participar activamente en su elaboración y desarrollo. Lo que resiste al poder, a las relaciones de dominación, lo que resiste a la reducción de los espacios de libertad, es esta dinámica estratégica.
Resistir es todo lo contrario de aguantar.