por José Luis Sito
La impaciencia, la amargura y la desilusión llevan a ciertas personas, con poca capacidad de resistencia e ignorantes de algunos principios básicos, a caer en el abatimiento, la postración, el resentimiento y un espíritu de venganza a partir de los cuales nada se puede construir, con los que no se puede entramar ningún proceso activo de resistencia.
“Es Cuba, a nadie le importa un carajo esa isla de mierda, ni a los cubanos mismos. Entonces, que se hunda, es lo mejor que nos pudiera suceder. […] ¡Que se jodan, por carneros!”. Esta frase de una escritora cubana es un ejemplo de la decepción que alimenta el resentimiento y debilita una lucha de resistencia.
Esto no significa, al contrario, que ciertas personas erradas en cuanto a sus acciones, o que las organizan mal, sean despreciables, y menos aún que se les deba despreciar. Me repugna inmensamente que se cubra de insultos, vejaciones, ofensas e improperios a las personas que sólo quieren luchar a su modo contra la dictadura castrista. Porque si estas desorganizaciones y estos errores son posibles es a causa de la desunión y la desfachatez grosera con que los cubanos están acostumbrados a resolver sus diferencias y discrepancias. Si en vez de luchar entre ellos por acaparar el puesto de comandante de la resistencia, o por imponer sus puntos de vista y opiniones, se pusieran a pensar en conjunto y unidos, estos accidentes no ocurrirían. Es fácil tirarle la piedra al otro cuando nosotros mismos concurrimos a fabricar tales errores.
Es fácil insultar al que quiere resistir, aunque sea mal a propósito, cuando nosotros mismos estamos esperando sentados los cambios, o que un país extranjero venga a salvarnos. La espera como modo de resistencia es el vacío, la nada. En definitiva, es más vergonzoso estar esperando con las manos vacías que estar resistiendo con una cacerola. Quizás la diferencia entre la espera y el cacerolazo sea una diferencia ética.