por Armando Añel
La cita es notoria y ha sido abundantemente manoseada a partir del filme de Julian Schnabel sobre Reinaldo Arenas: "Un día empezamos a hacer un inventario de los hombres que nos habríamos pasado por aquella época; era el año sesenta y ocho. Yo llegué, haciendo unos complicados cálculos matemáticos, a la convicción de que, por lo menos, había hecho el amor con unos cinco mil hombres", asegura el escritor cubano en su autobiografía Antes que anochezca.
En principio, la afirmación disgustará no sólo a los más puritanos, sino a quienes poseen, o creen poseer, un casi religioso sentido de la medida (pudiera sonarles a exageración gratuita). Y sin embargo, en la cita subyace toda una filosofía, una categoría de identidad, independientemente de que incremente hasta el espejismo, o no, la circunstancia que refleja. Lo significativo de la frase del autor de Celestino antes del alba no es su desfachatez, sino más bien su carácter revelador. En ella aflora una manera de entender el mundo drásticamente cubana: el sexo asumido como meta o tabla de salvación, el territorio libre que es el cuerpo (de cada quien) cumpliendo una función social.
Tabla de salvación, orgullo nacional, filosofía, escapatoria, pasatiempo… El sexo en Cuba cumple funciones disímiles y convergentes, como probablemente no ocurra en ningún otro lugar del mundo. “Sobre las aguas del espejo, breve la voz en mitad de cien caminos, la memoria prepara su sorpresa”, decía Lezama: Rostros desdibujados en su ansia incontrolable; ojos que devoran el ondular de los cuerpos; cuerpos en fuga, ovillados sobre el muro del malecón en su viaje hacia ninguna parte, hacia todas las partes de su estática vibrante.
Según el poeta Norge Espinosa, "el cuerpo se ha convertido en espacio de renuncias y revelaciones ante el despojo de valores que atraviesa la sociedad cubana actual... El cuerpo es el arma posible, la geografía de libertad, el modo de reaccionar". Con el advenimiento del totalitarismo, el sexo acaba convirtiéndose, desde una nación no precisamente mojigata, en razón de ser, en fin en sí mismo: es fuga y conclusión, anhelo y paliativo. Tal vez por ello -crueldades aparte- el cubano es visto por muchos extranjeros como alguien o algo informal, jacarandoso, leve, con esa festiva levedad de quien una y otra vez posee y es poseído... frecuentemente con una carcajada de por medio. Así, la dictadura imperante en la Isla, tanto como la sociedad que la padece, resultan, a los ojos del viajero despistado, relativamente excusables, poco serias, secuela novedosa, y revuelta, de un marco exótico por definición: reímos, bailamos, templamos las 24 horas del día con una energía digna de ¿mejor? causa.
¿Se sufre o se goza en Cuba? El colimador de la izquierda progresista y/o reaccionaria —reacomódense los adjetivos según convenga— casi siempre privilegia lo segundo, vendiendo una imagen falsa de la Cuba real. Lo cual convoca otra vez la pregunta: ¿Falsa? ¿Hasta qué punto? ¿Cuál es la Cuba real?
He ahí la (otra) cuestión.