por Carlos Alberto Montaner
Los nacionalismos, más que posiciones, son siempre oposiciones, posturas adversarias a unas entidades que se identifican como extrañas, como ajenas al grupo al que se pertenece. El nacionalismo cubano no podía ser antimexicano, antifrancés, o antibritánico, porque no existía la menor base para ello, y ni siquiera podía ser antiespañol, porque después de 1898 las posibilidades de entrar en conflicto con España eran prácticamente inexistentes. Sólo quedaba, pues, en el horizonte de las hostilidades probables, esas que se necesitan para recortar la propia silueta nacional, un país, los Estados Unidos, al que, irónicamente, se le debían, en gran parte, la independencia política y la relativa prosperidad económica.
De ahí la debilidad y la ambivalencia del nacionalismo cubano: sólo un adversario posible, y ese adversario, a lo largo de la historia, había resultado singularmente benéfico para el país. No surgió, entonces, en Cuba, un nacionalismo erguido contra un secular enemigo del campo de batalla, sino uno debilitado por la contradicción de oponerse al aliado en la guerra y al asociado en cuestiones económicas. Era, por lo tanto, un nacionalismo impostado, esencialmente falso, que nunca tuvo muchos adeptos en las capas populares del país. Ese nacionalismo sólo fue el paradójico sentimiento y el ejercicio retórico de ciertas élites políticas, hasta que el castrismo lo convirtió en la equivocada razón de ser de su gobierno.
La primera manifestación organizada del antiyanquismo cubano comienza a incubarse en las filas del ejército mambí. Era natural que esto ocurriese. Para la gran mayoría del pueblo cubano, que recibió con vítores la expedición norteamericana, esas tropas extranjeras eran las fuerzas definitivas de la redención nacional, pero para los miembros del ejército cubano, los yanquis, además de ser los aliados prepotentes, eran los indirectos usurpadores de una gloria por la que ellos habían luchado denodadamente a lo largo de casi treinta años.
Esto debe entenderse con absoluta claridad: todo soldado, pese a las coartadas políticas, ideológicas o económicas que se procure, lucha, fundamentalmente, por poder desfilar bajo algún arco de triunfo. Ese es el leitmotiv de los guerreros, y los guerreros cubanos se vieron privados de la inmensa recompensa espiritual de los símbolos de la victoria. Era cierto que sin el concurso de los Estados Unidos la guerra podía haberse prolongado por varios años, o aun podría haberse perdido; era evidente que la intervención de los Estados Unidos había logrado fulminantemente el objetivo básico de la guerra, esto es, sacar a España de Cuba, pero esta ayuda inestimable la pagó el ejército mambí con la frustración de no haber disfrutado nunca la victoria definitiva.