por Alvaro Alba
Al desaparecer la URSS, los rusos (no ucranianos, ni lituanos, moldavos o estonios) se volcaron de lleno al culto de la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Hoy día sublimizan esa victoria, es el único momento donde de nuevo los tanques pasan sus esteras sobre la Plaza Roja y se ven los cohetes y aviones supersónicos romper la barrera del sonido sobre la capital.
Una reciente encuesta, del centro de opiniones Levada, encontró que el 87 por ciento de los entrevistados considera que la victoria soviética sobre el fascismo fue el acontecimiento más importante del siglo XX. Esos mismos encuestados tienden en números crecientes a afirmar que se pudo vencer a la Alemania nazi sin la ayuda de Occidente. Para los rusos, el 9 de mayo se ha convertido en la principal fiesta nacional. Dejaron a un lado el 7 de noviembre, día de la toma del poder por los bolcheviques, el 8 de marzo es sólo para las mujeres, el 23 de febrero es el día de las fuerzas armadas, y el 12 de junio, día de la independencia, está muy lejos de ser interpretado como una conquista democrática. Entonces recurren al 9 de mayo, que unifica a la nación.
A diferencia de Europa, que conmemora el 8 de mayo el fin de la guerra, los rusos claman por la victoria un día después. La prohibición tiene el claro propósito de evitar cualquier crítica al sistema soviético, pues la victoria en la Segunda Guerra Mundial la logró Moscú (además de la ayuda de Occidente) a un precio muy alto de vidas humanas. Criticar el precio en vidas humanas, es criticar la falta de competencia de las autoridades del momento, la poca visión de la dirección del país, los desaciertos en política exterior. Es criticar no sólo a Stalin. Es mucho más profunda la mirada crítica al sistema en toda su magnitud.
Las causas de la guerra sí son tema de debate, y Varsovia no puede tener el mismo enfoque que Moscú. Como tampoco Kiev o Tallin. Las características del inicio de la Segunda Guerra Mundial, cuando Berlín y Moscú se dividieron la Europa Oriental en zonas de influencia, no pueden ser repasadas con el prisma de los historiadores soviéticos, que justificaron el acuerdo y la partición de Polonia, Moldavia, Estonia, Finlandia, Letonia y Lituania. No es secreto que millones de europeos pelearon junto a los alemanes para derrocar a los bolcheviques, que las divisiones de las SS estuvieron integradas por ucranianos, noruegos, belgas, rumanos, húngaros, franceses, dinamarqueses, italianos, croatas. Eso sin mencionar a los propios rusos, que formaron un Ejército de Liberación Ruso (ROA) y unidades de cosacos, y de varias nacionalidades que componían la URSS, como tártaros de Crimea, kalmiki, bielorrusos, azerbaijanos, tártaros y georgianos. Eso sin contar una emblemática brigada SS de hindúes (Indische Freiwilligen Legion der Waffen-SS).