google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: La Habana, otra vez La Habana (III)

sábado, 20 de junio de 2009

La Habana, otra vez La Habana (III)

por Alfredo D. Echeverría

En la década del veinte La Habana presentaba un fuerte crecimiento urbano, hacia un eje en el sureste (El Cerro, La Víbora, Lawton) y otro eje hacia el oeste (El Vedado, Miramar, El Country). En medio de estos crecimientos se encontraba un vacío espacial coronado por una colina llamada Loma de los Catalanes. Esa área constituyó la manzana codiciada por algunos arquitectos e ingenieros cubanos para la creación del nuevo centro de la ciudad. Es el Arq. Raúl Otero quien en 1905 sugiere instalar el Capitolio Nacional en esa colina, que presenta condiciones topográficas semejantes a la del Capitolio de Estados Unidos, situado en la llamada Loma del Capitolio o “Capitol Hill”. Se debe notar que, de menor tamaño, el Capitolio Nacional es obsequioso arquitectónicamente al de Estados Unidos.

Poco después, ya con ambiciones urbanísticas más grandilocuentes, el Ing. Enrique J. Montolieu y los urbanistas Camilo García de Castro y Pedro Martínez Inclán sellaron el destino de las funciones gubernamentales capitalinas a La Loma de los Catalanes. Inspirados por un sentimiento antiespañol, radicalizado a través de la guerra independentista, ellos y otros profesionales cubanos se afanaron en responder al crecimiento de la capital, mostrando gran indiferencia hacia las genuinas raíces urbanísticas habaneras.

Deslumbrado por los modelos urbanísticos y arquitectónicos franceses, el gobierno de Gerardo Machado procede a la contratación del renombrado arquitecto paisajista francés J.C.N. Forestier, que había realizado obras significativas en París, Sevilla, Buenos Aires y otras ciudades. Invitado por el ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, Forestier viaja a La Habana por primera vez en diciembre de 1925, y en 1930 organiza un grupo de cubanos y franceses para formular El Plan Director.

Forestier adopta La Loma de los Catalanes como centro rector de la ciudad. Emulando los trazados del Beaux-Arts parisino del Barón Haussmann, quien sirviera de inspiración a Pierre Charles L’Enfant para el diseño de Washington, DC., Forestier prolonga el trazo del París napoleónico de amplias avenidas en La Habana. Al comienzo de su trabajo, ya las principales funciones del gobierno nacional habían salido de la ciudad de intramuros, desplazándose hacia El Capitolio y el Palacio Presidencial, obras que tenían un valor simbólico pero que no contribuyeron a una cohesión urbanística. Sólo quedó en la Plaza de Armas del casco colonial, el Tribunal Supremo en el Palacio del Segundo Cabo, y el gobierno del municipio habanero en el Palacio de los Capitanes Generales.

El Plan de Forestier se limita a la valorización de marco paisajístico y la creación de áreas verdes, la creación del marco monumental a los símbolos del Estado, el diseño del marco funcional dirigido hacia el turismo, y la regularización del sistema vial. Con gran acierto el plan diseña el marco ambiental de las áreas centrales, estableciendo o mejorando amplias perspectivas visuales como la Avenida de las Misiones, el rediseño del Paseo del Prado, el Parque de la Fraternidad, la Avenida del Puerto y el tratamiento espacial del Malecón, que lo convertía en una zona de uso social para la población urbana que aún hoy busca la brisa como refugio del calor tropical. Sin embargo, la imposición de los códigos formales del Beaux-Arts le obliga a rechazar todo diálogo entre lo propuesto y las sabrosas y sutiles irregularidades del casco colonial. En esto consiste la mayor deficiencia del plan.

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