
Fue entonces que el Penúltimo Mudo contraatacó nuevamente, a la sombra de los anónimos en flor. Según el Penúltimo, todo anónimo que se respetara debía crearse una nueva identidad en lugar de “reproducir los vicios de la propia”, y a Holmes no le cabían dudas de que su mudez, así como las identidades adicionales de las que se había apropiado, estaban de alguna manera relacionadas con la desaparición del Porcino. Sin embargo, el doctor Watson no estaba tan seguro. Según el ayudante de Sherlock, el Porcino, en complicidad con la Bloguera Cotidiana, preparaba un golpe de Estado que iba a alterar para siempre los delicados equilibrios de la blogocosa. Pero Holmes se olía que el puerco, sencillamente, había sido sacrificado.
En cualquier caso, las interrogantes se abrían una por una en la mente del célebre investigador sin que acudiera un solo chispazo de su genio a cerrarlas. ¿Por qué había colgado aquel aviso la Bloguera Cotidiana? ¿Con el traje de qué anónimo se disfrazaba el Penúltimo Mudo? ¿Por qué era imposible contactar a la Bloguera Manipulada? ¿Había ido a parar a Cuba la carne del Enmascarado Porcino? Demasiadas preguntas, y demasiado arduas, a punto de hundirlo en el “cieno” de la Cloaca del Pantano.