por Jorge A. Sanguinetty
La intensidad del interés personal o egoísmo no puede representarse cuantitativamente por medio de una ecuación, ni en la misma se puede identificar el punto en que el interés personal se convierte en avaricia. Proponer controlar o regular la avaricia es proponer coartar las libertades individuales al otorgar poderes al gobierno para que sean los políticos y los burócratas los que nos digan cuándo nuestros intereses personales son aceptables y cuando no, una verdadera invitación al despotismo. Esto sería muy peligroso para la democracia y para la economía. El desafío consiste en diseñar un sistema que equilibre los diversos (y encontrados) intereses de los miembros de la sociedad con sus libertades individuales.
Creo que el mejor sistema de protección contra el ejercicio masivo de la avaricia radica en una combinación de organismos reguladores mínimos y comportamientos ciudadanos bien informados. La crisis actual, como casi todas las demás a lo largo de la historia, y como surgen las tormentas en el mar o en la atmósfera, tuvo su origen en una confluencia de factores. Con lo que hasta hoy sabemos, todo parece indicar que los principales factores (aunque todavía se debaten) contribuyentes fueron:
a) la existencia de dinero barato mediante una gran reducción de las tasas de interés
b) la reducción de los requisitos para obtener préstamos hipotecarios (algunos afirman que debido a la avaricia de poder de ciertos congresistas)
c) la aparente existencia de un exceso de ahorros en el mundo buscando oportunidades de inversión que fueron creadas en Estados Unidos mediante el exceso de nuevas hipotecas
y d) la aparente negligencia de los organismos reguladores, como el Security Exchange Commission y las firmas de calificación de riesgo, como Standard and Poors, Moody’s y Fitch
Creo que se puede afirmar que si dichas organizaciones hubieran cumplido cabalmente con su deber posiblemente hubiesen reducido los efectos y la extensión de la crisis, pero la intervención gubernamental de los puntos a y b arriba expuestos todavía hubieran sido factores predominantes. Los organismos del Estado fueron los que generaron la crisis; el sector privado y el interés personal de todos los participantes, nacionales y extranjeros, simplemente trataron de aprovechar las oportunidades que fueron artificialmente creadas, lo cual era legítimo e inevitable dadas las circunstancias.
Es posible que una mejor vigilancia de las tendencias en los mercados financieros, lo cual puede organizarse por medios públicos y privados; una mayor presión sobre los políticos para que no distorsionen los mercados financieros mediante medidas demagógicas como reducir los estándares de crédito, y una mayor cautela por parte de los inversionistas en la compra de instrumentos financieros complejos de valor desconocido, contribuyan a evitar la repetición de una crisis como la actual. En cuyo caso, la próxima crisis financiera internacional (porque siempre habrá crisis financieras, como siempre habrá olas o tormentas) tendría que ser causada por nuevos factores. El problema es tratar de reducir sus efectos y protegernos de sus daños, como de los huracanes.