por Armando Añel
El bloqueo a Honduras se profundiza. Bloqueo, este sí, porque, a diferencia del embargo al régimen castrista, estamos ante un acoso circular, en masa. No se trata de la negativa de un Estado a ofrecerle créditos a quienes se han declarado sus enemigos jurados durante décadas, como es el caso de Estados Unidos respecto a Cuba. Se trata de un complot de la comunidad internacional prácticamente en pleno, que insiste en desconocer las leyes, las instituciones democráticas y la soberanía hondureñas.
Todos los Goliat contra el David hondureño. Acaba de sumarse a la comparsa la Unión Europea, anunciando que suspende el envío de decenas de millones de euros en ayuda financiera, tras la negativa –afincada en las leyes y la Constitución hondureñas- del presidente Roberto Micheletti a negociar la reposición de Manuel Zelaya. Antes el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo habían detenido créditos estimados en alrededor de 200 millones de dólares. Mientras, Washington, que ya había cancelado sus ayudas militares, advierte a Micheletti que suspenderá las restantes “si la mediación emprendida por el presidente costarricense Oscar Arias fracasa (…) con eventuales consecuencias a largo plazo para las relaciones entre Honduras y Estados Unidos”.
Si Estados con una tradición democrática asentada, como varios de los europeos y los propios Estados Unidos, no son capaces de entender lo que ha pasado en Honduras, o se pliegan interesadamente a los designios del llamado “socialismo del siglo XXI”, ¿qué se puede esperar del resto? Cuando todos deberían estar halándole las orejas a Zelaya, ofendidos ante las reiteras violaciones constitucionales y de procedimiento de las que es responsable, presionándolo para que desista en sus intenciones de sabotear desde adentro la democracia, resulta que hacen a la inversa: Se aprestan a rendir por hambre a los demócratas hondureños, contribuyendo a la desestabilización que Hugo Chávez financia a golpe de petrodólares. Da vergüenza ajena, y no se puede sino sentir el más profundo desprecio, ante esta recua de amorales, impostores, cómplices del castrochavismo y tontos útiles. La democracia es mucho más que un presidente electo, y bajo ninguna circunstancia un presidente electo puede estar por encima de la ley y las instituciones democráticas, so pena de convertir el Estado de derecho en una caricatura de sí mismo.
Qué más da, exclamarán algunos, si a fin de cuentas vivimos en un mundo caricatural. Pero a los cubanos –a algunos al menos-, que hemos crecido con el sonsonete del “bloqueo” al oído, nos parece particularmente repugnante este intento en masa de rendir a Honduras a la fuerza. Un intento protagonizado por los mismos que durante décadas han pedido, desde un discurso humanitario que ahora se revela profundamente hipócrita, el fin del embargo a Cuba.