por las Gemelas de Oro
Cuando seamos grandes, Dunia y yo queremos ser hondureñas. “Nos palpita en el corazón un orgullo de raza”, como diría el poeta, al ver como un pequeño país centroamericano, tan pobre, con apenas ocho millones de habitantes, acosado por el triple cerco de los medios de prensa, casi todos los gobiernos del mundo y prácticamente todas las instituciones regionales, saca la cara por todo un continente y le dice No en la cara al gorila y sus secuaces. ¡Fuera Chávez de Honduras! ¡Y con él el títere de Zelaya!
No somos muy dadas a la política, esto es verdad, pero no podemos dejar de asombrarnos al descubrir, por ejemplo, no sólo el valor de ese pequeño pueblo, sino su inteligencia natural. ¡Han concebido una Constitución a la medida para detener a ras de vuelo a los pichones de dictadores! ¡Qué lujo! ¡Algo así ni en Nueva Zelanda!
En momentos como estos, a fuerza de ser sinceras, no nos enardece mucho la idea de ser cubanas. Y más que salimos pequeñitas de allí. Ver la valentía de estos hondureños, como desafían las amenazas de la ONU, de la OEA, del ALBA, de la madre de los tomates, nos deja un amargo sabor de boca en lo referido a la nacionalidad. Moriremos siendo cubanas, ¡pero cuando seamos grandes queremos ser hondureñas!