por Oscar Peña
Es muy triste que no hayan tenido éxitos las gestiones y esfuerzos conciliatorios del presidente de Costa Rica, Oscar Arias, para buscar una solución salomónica para Honduras. Todos los latinoamericanos lo debemos lamentar. Realmente ninguna de las dos partes estuvo a la altura de lo que se esperaba de ellas. Como pudo observarse, la postura de Mel Zelaya fue en todo momento prepotente. En ningún instante mostró arrepentimiento por la maniobra que intentaba hacer para instaurar el método vitalicio en el poder, estilo Fidel Castro y Chávez. Es tan torpe que hasta mencionó que al regresar iba ajustar cuentas. Y el gobierno de Roberto Micheletti, por su parte -aun teniendo razón-, tampoco ha sabido ser atractivo y ha estado cerrado a buscar un reajuste que tenga el consenso de todas las partes, nacionales e internacionales.
Sacar a Mel Zelaya del país fue un grave fallo. Contando con una base legal y apoyo de todos los poderes constitucionales de la nación hondureña y del propio partido de Zelaya, debieron enjuiciarlo, como en una oportunidad se proyectó en Estados Unidos con el presidente Richard Nixon, obligándolo a renunciar. Ese craso error ha posibilitado que el foco internacional sólo esté hoy de una parte, y que los corruptos y seudo-demócratas sean vistos fuera de Honduras como víctimas, cuando la realidad es que son parte de un equipo que con trampas democráticas quiere perpetuarse en el poder.
La debilidad principal en la campaña internacional para dar en la diana de una solución ha sido la actitud muy parcializada del rector de la OEA frente a los intentos de bifurcar los caminos democráticos, y el asesoramiento a Zelaya desde la Habana, Caracas y Managua. Es inconcebible que personalidades del régimen cubano y de Venezuela sean los abanderados de la defensa de la democracia. Eso está dado por las debilidades de la dirección de la OEA y por la frágil anatomía de nuestros pueblos. En ese ambiente de confusiones, el llamado de Zelaya a organizar la resistencia civil, las protestas y la violencia a su favor manipulando a pequeños grupos populares que no saben que son teledirigidos, llevarán a Honduras al peligro de la anarquía social y el enfrentamiento entre hermanos.
Corresponde a la comunidad internacional, especialmente a la latinoamericana, tanto a los pueblos como a los gobiernos, otorgar una solidaridad plena y total al deseo mayoritario de los hondureños, sea efectuando un referéndum nacional o sabiendo escuchar a los que defienden al gobierno. Asumiendo esa actitud no sólo se defiende el Estado de derecho y la legalidad en Honduras, sino también la viabilidad de las instituciones democráticas de la región. Que no se dejen utilizar las débiles y sanas estructuras democráticas por ambiciosos de poder que, en nombre de los pueblos, intentar apoderarse de nuestros países.
Ojo, mucho ojo. El desorden social es contra la democracia.
El llamado Frente de Resistencia Popular a favor de Mel Zelaya está poniendo el énfasis en el fortalecimiento del combate, y han convocado para hoy a una huelga general de dos días tratando de fabricar y provocar que se tenga que ejercer algún tipo de fuerza bruta por las autoridades hondureñas. Algún día sabrán nuestros pueblos latinoamericanos que esas ideas de liberación nacional y transformación social que han hundido a Cuba y hunden a Venezuela son una falacia que atrasa y somete. No hay sistema perfecto, pero saber buscar el medio es una buena decisión.
Por las anteriores razones, la batalla política de Honduras no es solamente de los hondureños. Es una de las más importantes que tenemos los hijos de América Latina por preservar un espacio de libertad. No es ocioso reiterarlo: Mel Zelaya quería clonarse como un Fidel Castro, como un Hugo Chávez. Como también lo están intentando Daniel Ortega, Rafael Correa y Evo Morales.
Aprovecho para reiterar que el culpable de nuestros problemas somos nosotros mismos. No echemos nuestras culpas a otros países. Todavía no hemos dejado de ser pueblos manejados y coheteados por nuestros líderes. Se impone en nuestros países no la orden, sino el convencimiento.