google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: Krauze: El poder y el delirio (III y final)

lunes, 10 de agosto de 2009

Krauze: El poder y el delirio (III y final)

por José Vilasuso

Aparecen en el texto de Enrique Krauze unas páginas antológicas conducentes a la profunda reflexión que revive el itinerario de la figura que, en justicia, debió encabezar el ideario latinoamericano actual. Rómulo Betancourt, fundador de Acción Democrática y padre del institucionalismo moderno venezolano. ¿Cómo nos suena?

Krauze logra sintetizar, en tanto contrafigura, la carrera prodigiosa de Betancourt en esta obra dedicada al caudillaje latente, su estilo y sus recursos, sirviéndose para ello, como punta de lanza, de la entrevista realizada al profesor Manuel Caballero, autor de otro libro a devorar: Rómulo Betancourt, político de nación. De Caballero se afirma: “Es quizás el hombre de más filo crítico de toda Venezuela”. Su obra completa se compone de doce tomos, hermosamente editados por Editorial Alfa. El crítico parece un mujik ruso, un bohemio del barrio latino, bigotes y largos cabellos blancos. Su boina azul comenzó a usarla desafiantemente desde los primeros días del gobierno chavista. Su ojo certero no lo engañó. Caballero era de los que venían cuando el coronel iba por el camino de la revolución. A su abrigo, se hace posible catalogar a un hombre público de “El mayor demócrata de América”: Don Rómulo Betancourt.

En el hojeo del texto no pasa desapercibido que el 22 de febrero de 2008 se cumplía el centenario de Betancourt. En vida del prócer existía el parque del este de Caracas, por donde solía caminar fumando su famosa pipa. Otras mil anécdotas recuerdo de su vida ejemplar al paso por aquel rincón. A su muerte Rafael Caldera, adversario político de Rómulo, bautizó el parque con el nombre de su rival, gesto típico de un demócrata. Valores que flotan al aire libre. En aquel tiempo se competía con la virtud, a ver quién la elevaría más alto. Eran duelos entre caballeros sin capa ni espada. Pero Chávez, sus constantes vituperios a la memoria de Don Rómulo, de un plumazo borraron su recuerdo del parque.

En el fondo de todo esto Krauze sugiere una realidad significativa. Sentimientos y reacciones de casta. Borrón a la historia. La historia vuelta a escribir. La historia reducida a taquigrafía. Leer poco ahorra vista. Rómulo Betancourt marcó el inicio de una era de estreno en Venezuela, luego de los gobiernos militares y autoritarismos nacidos desde la colonia. Fue pionero, estadista y reformador. Honesto hasta la pulcritud. Reestructuró un sistema castrense convirtiéndolo en civilista. Hasta el instante, Marcos Pérez Jiménez parecía el último gobernante uniformado de Venezuela. Su nombre sería remedo del pasado pasado. Ah, pero el uniformado de pura cepa no olvida ni perdona estas nimiedades. Le va de cachete. Para su agudo instinto sería un agravio, olvido imperdonable. No es por pura coincidencia que Chávez en toda ocasión ha guardado innegable respeto a su colega Marcos Pérez Jiménez, dictador hasta 1958. ¿Acaso si el coronel fuese algo parecido a un verdadero demócrata podría contradecir de forma tal la ejecutoria progresista y libertaria iniciada en Venezuela con la caída de Pérez Jiménez? Alto ahí, que los dardos inmisericordes lanzados contra la honra de Rómulo Betancourt soplan con estridencia la venganza de Marcos Pérez Jiménez. Su fantasma debe contemplar complacido la herencia de su reivindicador. Coincidencia entre chafarotes.

Ahora nos merecen atención mayor y más serios reparos los actos de repudio a Pinochet, o Videla, si sus protagonistas más vehementes le rinden loas y baten palmas a quien reivindica a Marcos Pérez Jiménez. ¿Qué pensar? Nobleza de casta obliga, hay que reconocerlo. Mas de momento dicho contrafuerte nos insinúa que los grilletes, la bartolina, el tiro en la nuca y los desaparecidos de Caracas, Valencia, Barquisimeto o donde fuera hasta 1958, ¿no se emparejan con los grilletes, la bartolina, el tiro en la nuca y los desaparecidos de Buenos Aires, Tucumán, Santiago de Chile, o donde fuera unos treinta años después?

A mi humilde parecer el tiro en la nuca debe ser una experiencia desagradable. No importa quién apriete el gatillo.

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