google.com, pub-9878019692505154, DIRECT, f08c47fec0942fa0 Cuba Inglesa: La pena de muerte en Cuba

jueves, 20 de agosto de 2009

La pena de muerte en Cuba

por Armando Añel

Ahora que el concierto de Juanes del próximo 20 de septiembre ha traído a colación las figuras de Amaury Pérez Vidal y Silvio Rodríguez, cabezas del evento en La Habana y quienes apoyaron públicamente el fusilamiento de tres jóvenes que intentaron escapar de Cuba seis años atrás, cabe meter, de contrabando, una reflexión sobre la pena de muerte en la Isla.

La pena de muerte, vigente en el código penal cubano y circunstancialmente aplicada por el régimen, constituye una suerte de herramienta correctiva en manos del castrismo, que la utiliza cada vez que sus ovejas escapan, o pretenden escapar, del redil. Sucedió durante el episodio arriba citado, cuando tres jóvenes negros fueron fusilados preventivamente, tras hacerse de una embarcación e intentar huir a Estados Unidos. Castro, aterrorizado ante la posibilidad de que cundiera el ejemplo de los fugitivos y nuevamente miles de ciudadanos se lanzaran al Estrecho de la Florida, desencadenando una respuesta contundente de la administración Bush, decidió partir la soga por su lado más débil.

Entonces, como ahora, la prioridad de la camarilla gobernante era preservar el poder. Las vías para lograr esto último pueden ser disímiles, o contradictorias, o incluso estrambóticas, pero el castrismo nunca parará mientes en su huida hacia delante, en dirección al basurero de la Historia: la pena de muerte no sólo continúa vigente en la Isla porque la nomenclatura crea, como también ocurre en Estados Unidos, en aquello del ojo por ojo y diente por diente. La pena capital no es en Cuba una forma radical de hacer justicia –a la manera estadounidense-, sino una forma indirecta de apuntalar la injusticia que constituye medio siglo de totalitarismo.

No importa que la pena de muerte haya alcanzado categoría de políticamente incorrecta en el decálogo de la progresía internacional, colocando a ésta en una posición incómoda a la hora de defender las barbaridades del anciano régimen, de quien es pariente ideológica y aliada tradicional. Por sobre todas las cosas, la dirigencia apuesta por su permanencia en el poder. Inclusive, contra esa imagen de Robin Hood casquivano y justiciero que ha cultivado con esmero en los últimos cincuenta años. Ante la posibilidad de abandonar el Palacio de la Revolución, el castrismo está dispuesto incluso a desprenderse de su aureola romántica. Todo con tal de no soltar la batuta.

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