por José Vilasuso
Quien busca la paz y el reconocimiento de discutidos derechos, y constándole que los gobiernos de Estados Unidos, Canadá, México y Brasil lo reconocen como detentador de los mismos, ¿no debía acomodarse a una conducta pública fiduciaria de dicho aval? De ser así, veríamos a Manuel Zelaya Rosales huésped de la OEA en Costa Rica, haciendo declaraciones conciliatorias para el pueblo hondureño y para una región donde causaron más de ciento setenta y cinco mil víctimas aventuras revolucionarias similares a las que ahora intenta. Un adarme de indispensable pacifismo sería controlar a los iniciadores de una violencia callejera que se sabe dónde comienza, pero nunca dónde termina.
En América Latina no se ha asimilado la lección de la caída del Muro de Berlín. Se le ha dado la espalda a una vivencia que nos podría liberar de tensiones, dolor y carencias sólo conducentes a la pérdida de la libertad y la inanición económica y social en que vive estancada Cuba al cabo de medio siglo socialista.
Los intereses que apoyan a Mel Zelaya son los mismos que ocultan la realidad cubana y venezolana. El continente sigue gobernado, en considerable proporción, por hombres y mujeres con mentalidad anterior a 1989. Es contradictorio apoyar a Zelaya desde Santiago de Chile o Buenos Aires disfrutando del sistema socioeconómico al que él mismo pudiera darle jaque mate en Centroamérica.
Que el panorama ponga esto en evidencia no significa que necesariamente el acontecer inmediato lo corrobore. La palabra futuro es sinónimo de impredecible. La baraja de los ases gubernamentales desconoce reglas. El mañana se encierra en el infinito. Mas los pasos del momento deben tomarse con la mayor prudencia. Prever es mejor que lamentar. La honestidad de conciencia aconseja ratificar el apoyo al gobierno civilista y constitucional de la República de Honduras, presidido por el señor Roberto Micheletti. Apelar al pueblo en general, a su prensa, clases vivas, profesionales, intelectuales, movimientos obreros, campesinos, estudiantes, fuerzas armadas, y que se graben las palabras previsoras de su cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga desde el primer instante en que el veneno del odio asomó en un rostro hondureño. Que no entre Zelaya. Atrás la violencia. A leer, caramba, para que no los engañen con cuentos viejos.
Paz, globos y vestidos blancos. Serenidad y autocontrol ante toda provocación. Valentía, amor y firmeza en los principios amenazados. Es la prueba de fuego para los líderes democráticos de la región. Adelante las elecciones hondureñas, conforme han sido legítimamente pautadas. Que hablen las urnas.