por Roberto Lozano
La doctrina socialista promete el traspaso de la propiedad de los medios de producción a los asalariados. Sin embargo, todos los experimentos socialistas terminan entregando -en mayor o menor grado- la propiedad de los medios de producción al Estado y no a los asalariados. No existe, ni ha existido, una sola sociedad que se adhiera a la definición marxista del socialismo.
No fue socialista la estatización de las “alturas dominantes” de la economía en las democracias occidentales, tal y como se hizo en Inglaterra bajo la influencia de gobiernos laboristas después de la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo ocurrió en los países nórdicos que persiguieron un modelo de socialdemocracia y en Alemania occidental, donde se aplicó una “política social de mercado”. Todos estos experimentos utilizaron mecanismos indirectos de distribución del ingreso y el gravamen progresivo al impuesto evitando la redistribución radical de la propiedad en el sector privado. Preservaron el contrato social del capitalismo en nombre del “socialismo”, sin entregar los medios de producción a los asalariados.
Tampoco fue socialista el experimento corporativista de las sociedades totalitarias de la derecha, o “fascismo negro”, del periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial. El corporativismo fascista fusionó los intereses del Estado con las grandes empresas pero preservó casi intacto el sector privado, enfatizando la aprobación de leyes laborales favorables a la clase trabajadora pero evitando hacerla propietaria de los medios de producción.
Mucho menos fue socialista el experimento del totalitarismo de la izquierda, o el “fascismo rojo”, con el capitalismo de Estado, ya que este modelo arrasó con el sector privado convirtiendo a la inmensa mayoría de los obreros y campesinos en trabajadores asalariados del Estado. En estos países, la propiedad de los medios de producción pasó de la empresa privada al Estado, no a los trabajadores, que se convirtieron en los esclavos modernos de una nueva clase o nomenclatura. Algunos de los capitalismos de Estado que quedan por ahí evolucionan hacia una forma de corporativismo, incorporando reformas que le permitan integrarse exitosamente a la economía mundial, como China y Vietnam.