por Enrique Collazo
La España de los años previos a la transición era un país fuertemente dogmático e intolerante. La severa influencia que ejercía el régimen político autoritario y el poder eclesiástico sobre la sociedad en su conjunto gravitaba pesadamente sobre el español, generando individuos cuyo estilo de vida en general se basaba en una recia intransigencia y fanatismo religioso. Era, en suma, una sociedad con un elevado grado de desconfianza entre sus ciudadanos, de aquí que la vida española era en grado superlativo complicidad y acecho. Citando otra vez a Tierno Galván, “confiar en esas condiciones no es confiar, es ser cómplice, y de la desconfianza y la complicidad nace la continua vigilancia y sospecha que, por lo común, caracteriza a la vida pública española”. Esto lo atribuía el autor a la falta de instituciones propiciadoras de confianza. “Un parlamento en el que se confíe, una Administración que ofrezca confianza, un clero que no abuse”, decía.
En la España del tardofranquismo, una dictadura devenida dictablanda, los resortes ideológicos que legitimaban el régimen como defensor de la unidad de la nación española frente a la “conspiración comunista y judeo-masónica” habían perdido todo su valor práctico a la altura de los años setenta, pues la sociedad presentaba un grado de apertura muy elevado –Estado de derecho, economía de mercado, etcétera- en comparación con la Cuba del tardocastrismo. Esta, por el contrario, representa una férrea dictadura totalitaria sin ningún resquicio de libertad, que ejerce una severa represión y en la que a pesar de la fuerte erosión del componente ideológico nacionalista contra el “imperio y la mafia cubano-americana de Miami”, pervive un alto grado de intolerancia, de dogmatismo, de temor colectivo impuesto por el poder, lo cual genera desconfianza ciudadana en los otros ciudadanos, inhabilitándolos para converger en una acción combinada. La conformación de semejante clima de terror, de silencio impuesto, le ha garantizado al poder cubano un seguro de vida muy eficaz desde su asalto al poder en enero de 1959.
Uno de los factores que posibilitó que España iniciara su andadura hacia la transición democrática y que ésta llegara a buen puerto, fue la voluntad que desplegaron las elites políticas españolas para fiarse unas de las otras y trabajar en busca de un consenso, salvando recelos y prejuicios muy enraizados. Para que la transición se abra camino en Cuba es menester que suceda otro tanto: con el fin de que se cree una masa crítica de cubanos que entiendan y estén dispuestos a liderar los cambios hacia un Estado de derecho, lo primero que se necesita es alcanzar la conquista moral que pasa por restituir la confianza entre ciudadanos que compartan un mismo objetivo común, superando el miedo, la intransigencia y el dogmatismo. Sólo así el pueblo será capaz de llevar adelante y coronar con éxito tan magna y compleja tarea.